La violencia en Colombia los obligó a dejar su familia, su vida y su tierra para luchar por sobrevivir. La casualidad juntó a cinco colombianos en Quito y ahora ellos se sienten motivados por un proyecto: Acudema.
Es una asociación de defensa del medioambiente. Cada uno tiene una historia, pero están de acuerdo en que si debieron salir de su país por la violencia, no quieren hacerlo de nuevo, por la fuerza de la naturaleza.
Así resumen el objetivo de su asociación: “Es una ventaja el valorar las cosas cuando las tenemos y no cuando las tuvimos. Nosotros, como refugiados, sí que sabemos de eso. Somos como ramas de árboles cortadas, tratando de aferrarnos a tierras nuevas, pese a las circunstancias, creyendo que siempre habrá esperanzas”.
Acudema se fundó hace cuatro meses. Los colombianos Héctor, Wilson, Lucía, Daniela y Mario, y la ecuatoriana Johanna (nombres protegidos) están en la directiva. Junto a ellos trabajan 12 ecuatorianos, en proyectos de reforestación y de sensibilización sobre el cuidado del medioambiente.
En Quito los han rechazado por su nacionalidad. “Cuando la persona tiene un pañuelo en los ojos, no se lo podemos quitar. Eso es ponernos a pelear con ellos y hacer que las cosas empeoren”, dice Héctor, de 29 años, quien cruzó la frontera hace ocho.
Pudo escapar de los secuestradores de la guerrilla, que querían forzarlo a aplicar sus conocimientos sobre explosivos en sus actividades. Cuando llegó a Quito no tenía dinero, pero consiguió un trabajo y se las ingenió para juntar dinero y pagar un cuarto .
Desde entonces ha tenido que vivir, como se dice en Colombia, del rebusque. No tiene un trabajo estable, pero ha hecho de todo: vender en buses, declamar poesía en una esquina o servir en un restaurante. Ha sentido la discriminación de los quiteños, pero también ha conocido a gente buena, como su esposa Johanna, de 25 años. Son padres de cuatro niños y tienen fe en el futuro.
Lucía, de 52 años, debió huir de su país y dejar su puesto de encargada de una empresa de turismo, hace ocho años, por la violencia. Ahora arregla casas y cocina. Extraña su país, su gente, pero desde que ella y su hijo Marco lograron el estatus de refugiados hace tres años, han vuelto a tener paz.
Pero aquí también debió esconderse. Primero en Ambato, donde eran constantes las batidas policiales para encontrar a colombianos. Luego en Quito, donde un jefe le dijo a fin de mes que le pagaría lo convenido si accedía a ser su amante. Como se negó, él le pagó la mitad y la amenazó con denunciarla para que la deporten.
En Ecuador conocieron a Daniela, de 24 años, cuando era adolescente. Su familia fue amenazada, debido al trabajo de policía de su hermano. Daniela tiene ahora dos hijos con Marco. Ella sufrió malos tratos por su nacionalidad, pero le duele más lo que vive su hijo de 6 años. “En la escuela le pegaban, le halaban el pelito. Él, en su inocencia, les dice que es guaytambito, porque nació en Ambato. Pero ellos no le creen”.
La directiva de Acudema se completa con Wilson, de 41 años. Él lleva 10 meses en Ecuador, pero huye de su país desde 1995. Dice que él y su esposa fueron torturados por organismos oficiales. Ella volvió, pero Wilson ha estado en varios países de Europa y América Latina, buscando paz.
Es difícil siendo colombianos, conseguir apoyo, pero no es imposible, dice Héctor. “Si sostenemos nuestros hogares con el rebusque, también tenemos muchas ideas para aportar e integrarnos con los ecuatorianos”.
Este grupo se ha acoplado al país, y esperan que la discriminación desaparezca. “Somos habitantes de un mismo planeta. No hay por qué ser discriminados por estar en un país, aunque no sea el nuestro”, concluye Daniela.