La Navidad es, sin duda, la fiesta más importante de la cultura occidental, incluido el Ecuador. Originada en la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazareth, denominado el Cristo (el ungido).
Sin embargo, los tres primeros siglos del cristianismo celebraron la resurrección del Señor como el punto culminante del año litúrgico, aunque poco a poco el natalicio de Jesús fue cobrando importancia. Primero con la determinación de una fecha: el 25 de diciembre, que coincidía con el solsticio de invierno del hemisferio norte.
Y, segundo, también influyó para que se escogiera este día de diciembre, la circunstancia de que el cristianismo competía dentro del Imperio Romano con la religión del dios Mitra, a quien se le atribuye el haber nacido en una cueva, visitado por pastores y proceder de una virgen.
El emperador Aureliano sincretizó el mitraísmo con la religión solar y estableció el culto al Sol Invictus, constituyendo con ello cierto principio de monoteísmo de fácil reemplazo con el cristianismo, una vez que con Constantino y el edicto de Milán, este inició su ascenso como única religión del Imperio Romano.
Es probable que en el siglo VI aparecieran los primeros pesebres, que cobrarían una gran fuerza 600 años más tarde, cuando Francisco de Asís celebró en la cueva de Greccio una Navidad representada por seres humanos, animales e incluso un pequeño niño, que para muchos les pareció el propio Jesús.
En la Edad Media se afincaron las tradiciones de este tiempo y se celebraban misas muy llenas de alegría, que incluían la presencia de gallos, lo que daría origen a que se denomine a la eucaristía que se celebra en las últimas horas del 24 de diciembre, misa del gallo.
El Papá Noel, como lo llamamos en nuestro país, o Santa Claus, en las naciones del norte, tiene su origen en el obispo Nicolás de Bari, ciudad que se encuentra en el sur de Italia y cuya fiesta es el 6 de diciembre, coincidiendo simpáticamente con la fundación de Quito.
Nicolás, que vivió entre fines del siglo III y comienzos del IV de la era cristiana, habría dejado monedas de oro, bien en la ventana o en la chimenea de una casa, cuyo dueño endeudado debía vender a sus hijas como esclavas para pagar a sus acreedores. A partir de ese hecho su figura fue evolucionando y la mitra típica de los obispos católicos se convirtió en un gorro para abrigar la cabeza y la capa pluvial.
También en un sacón de invierno, apareciendo de esta manera en postales navideñas del siglo XIX, hasta que en 1932, la Coca-Cola le vistió con sus colores: rojo y blanco.
Se atribuye a Martín Lutero, el primero de los líderes reformadores, el haber colocado en su habitación un árbol en época navideña, pero más allá de eso, el árbol ha constituido un símbolo importantísimo en todas las culturas humanas, pues representa por una parte la vida.
Eso, ya que las coníferas no caducan su hoja en invierno y son siempre verdes, y por otra la conexión de los tres estratos clásicos de la mitología: el cielo, la tierra y el inframundo.
En Quito celebramos la Navidad bajo estas tradiciones, pero modificadas por las culturas indígenas, las que incluso han creado villancicos que enriquecen el arte navideño.