La fiesta sirvió para recordar las tradiciones. Vecinos salieron a bailar con los personajes y enmascarados. Foto: Vicente Costales / ELCOMERCIO
Mientras el vecino propietario del Café Taller La Beata, ubicado en la calle Rocafuerte del Centro Histórico de Quito, baldeaba su vereda, un payaso llegó a hacerlo bailar sobre la espuma y reír por el jugueteo del chorizo que llevaba consigo el enmascarado.
La mañana de hoy, 28 de diciembre del 2019, el payaso fue parte de la Ruta de Inocentes que se realiza en el barrio de la Loma Grande, con motivo de la tradicional fiesta de inocentes, la cual se celebra desde el 28 de diciembre hasta el 6 de enero del 2020. A la ruta se integraron vecinos del sector y visitantes de otros puntos de la ciudad.
Entre ellos, Patricio Tamayo llegó desde La Vicentina para participar en el recorrido al que las personas acudieron con máscaras y disfraces.
Al quiteño le parece una actividad digna de rescatar, por ser parte de las costumbres y tradiciones de la capital. “Sin eso no somos nada”, sostiene. Además, Tamayo asegura que la Vicentina y la Loma Grande son barrios hermanos, de origen obrero.
La tradicional fiesta se celebró en la Loma Grande. Foto: Vicente Costales / ELCOMERCIO
Fátima Maldonado llegó invitada por una amiga. Aunque actualmente la mujer vive en la avenida Mariana de Jesús, cuenta que le gusta recorrer el centro a pie, como lo hizo durante su infancia, cuando vivía ahí. Para ella, la fiesta de inocentes debería replicarse en otros barrios para que no se extinga.
Durante cuatro años, los gestores culturales de la Loma Grande realizan el recorrido para mantener viva la memoria histórica de Quito, con el apoyo de antropólogos de la Pontificia Universidad Católica.
Marco Rubio, del colectivo Mi Loma Grande, comenta que armaron el recorrido como parte de su proyecto de puesta en valor del patrimonio, especialmente del intangible, recuperando historias, leyendas y actividades como esta que –asegura- están por perderse.
La investigadora en temas históricos de Quito, Susana Freire, cuenta que la fiesta es la más importante que tuvo Quito durante la época colonial, incluso más que los años viejos, que eran parte de la fiesta de inocentes.
El origen –señala– es bíblico porque recuerda la matanza de los inocentes por parte de Herodes. Pero en Quito tomó otra connotación social, donde la máscara y el disfraz tuvieron un papel preponderante.
“Se dice que el Varón de Carondelet, por 1806 prohibía el uso de máscaras porque los quiteños aprovechaban la fiesta de inocentes para hacer de las suyas. Además, había una crítica social muy importante e incluso se tenían rebeliones en esa época”.
En el marco de esta fiesta, dice la historiadora, se armaban las famosas chinganas: unas construcciones hechas con palos y hojas, en la plaza de Santo Domingo. Ahí se comía, se bebía y se realizaban desmanes. “La gente se alborotaba más de la cuenta”.
Luego la fiesta adquirió mucha más importancia, relata. Se dice que desde el 1 de diciembre la gente de los distintos barrios de Quito, principalmente del centro, salían en cuadrillas: grupos de amigos, vecinos, familia, disfrazados de personajes como Payasito la lección con su chorizo, la Camisona, la Vieja Chuchumeca, los monos, el domador y el oso.
A través de los años, la fiesta ha adquirido mayor importancia. Foto: Vicente Costales / ELCOMERCIO
Según pasaban los días la fiesta iba en aumento. Había retretas militares en las plazas: la gente bailaba y comía. La ciudad estaba llena de disfrazados. Los niños alquilaban los trajes en las famosas peluquerías, detalla Freire.
Mientras que, la gente de alto nivel económico hacía fiestas en los hoteles de lujo de entonces como el Majestic y se tenía la costumbre de hacer los famosos aguinaldos: se disfrazaban dos grupos y debían adivinar quién estaba detrás de cada máscara.
La historiadora recuerda también las tradicionales bromas de la época en los medios de prensa, a los amigos, etc.
Todas esas tradiciones se quisieron recordar ayer con el recorrido en la Loma Grande. En el trayecto, vecinos salieron a bailar con los personajes y enmascarados.
La primera parada fue en la estación de bomberos, cuyos integrantes bailaron música nacional y fueron parte de las bromas del grupo que los visitó. Por el camino, años viejos y nuevos personajes aparecieron para continuar contando tradiciones quiteñas a los asistentes del recorrido.
Algunos dueños de negocios contaron a los visitantes la historia del barrio para mantener viva la memoria. También repartieron caramelos, galletas y otros dulces, muchos con sabores inesperados, propios de las bromas o inocentadas de la época.