Cuando el timbre sonó, Marisol L. (nombre protegido) salió a la puerta del centro infantil que dirige y vio a dos hombres, con ternos azules. Tenían credenciales con el logo del Municipio.
Se presentaron como inspectores que recorrían San Carlos. Eran corpulentos, de tez trigueña, cabello lacio y eran altos. Lo primero que le preguntaron a Marisol era si contaba con el permiso para el rótulo, ubicado junto a la puerta principal.
La mujer, de 40 años, les hizo pasar. En ningún momento se dio cuenta de que ambos eran falsos funcionarios. Según el Municipio, estas personas solicitan dinero a los dueños de locales, a cambio de no clausurarlos.
Para Marisol, la actitud de los extraños fue convincente, incluso porque portaban hojas con impresiones del Municipio.
Ella mostró todos los papeles del local. El principal, la Licencia Única de Actividades Económicas. Este documento equivale al permiso de funcionamiento, que se expedía hasta el 2009.
En la licencia se incluyen los permisos ambientales, de publicidad, bomberos y el informe de compatibilidad de uso de suelo.Marisol olvidó ese detalle. Y mientras uno de los sujetos recorría el centro, de dos pisos, el otro tomaba apuntes. Al final le mostraron un adhesivo rojo, de unos 50 cm de largo, en el cual se leía ‘Clausurado’, Uno de los hombres le repetía, con tono enérgico, que cerraría el local.
Ella terminó entregando USD 120 por la multa. Cuando se fueron llamó al Municipio, ahí le indicaron que todas las multas se pagan únicamente en ventanillas.
Según Fernando Donoso, comisario de la Zona Norte, pocas denuncias por este tipo de estafa se presentan por escrito, la mayoría se hace verbalmente. En este año recibieron 10, pero Donoso cree que otros no denuncian.
Los falsos inspectores también llegan a viviendas, que tienen materiales de construcción sobre las veredas. Ese fue el caso de Francisco S., quien estuvo a punto de ser engañado. Hace 16 días, un extraño, con terno y un maletín, llegó a su casa, en el conjunto La Bretaña II, en el sur. Se identificó como comisario y exigió a Francisco el permiso de ocupación del espacio. Por no tenerlo debía pagar USD 25, por cada metro ocupado.
Francisco le pidió un carné. El extraño le mostró uno con el sello del Cabildo, pero no le convenció. Llamó a la Administración Quitumbe, donde supuestamente laboraba. Allí le dijeron que esa persona no pertenecía a la entidad. Para cuando salió, el falso inspector se había ido.