Ayer, Juan Pablo Palma regresó a su tierra, Manabí, con una sonrisa de triunfo y una expresión de alegría. Hace 115 años, un coterráneo suyo llamado Eloy Alfaro Delgado también volvía a su terruño luego de su exilio en Managua, Nicaragua, para tomar la Jefatura de la República.Ambos volvieron de un exilio obligatorio y traumático. Palma, un vendedor ambulante nacido en la parroquia de Picoazá hace 20 años, no sabe quién fue Eloy Alfaro. Solo sabe que así se llama la avenida donde, la mayoría del tiempo, vende su mercadería.
Él abandonó el colegio en tercer curso y no llegó a esa parte de la Historia del Ecuador. No sabe que precisamente ayer, 5 de junio, se cumplieron 115 años de que Alfaro fue nombrado Jefe Supremo de la República. No sabe que ese día empezó la Revolución Liberal.
Viajes paralelosPalma dice que esa revolución ni le va ni le viene. La única revolución que, talvez, le interesaría sería la que le diera trabajo. Y esa no la ha conocido hasta ahora. Desde los 15 años, cuando empezó a vender informalmente en las calles de Quito, se ha mantenido por sus propias fuerzas.
La esquina de la Eloy Alfaro y De los Granados es uno de sus sitios de trabajo. Él es parte de una tropa de vendedores informales -todos entre los 14 y 24 años y vecinos de Picoazá- que trabajan en las calles de Quito.
También se instalan en el ingreso al peaje de la Autopista General Rumiñahui, o a la entrada del túnel de San Juan.
Para él, el nombre Eloy Alfaro solo significa inclementes mañanas de sol o gélidas tardes estremecidas por la lluvia. Significa correr con todas sus fuerzas detrás de un auto cuyo conductor le llama. Significa el cansancio y el dolor de esos días en los que no vende nada.
fakeFCKRemoveUn cansancio y una inercia que ya le son cotidianos. También el general Alfaro tuvo que soportar la misma fatiga hasta que ese 5 de junio de 1895 le llegó el cablegrama con la notificación de su triunfo.
Palma vuelve cada 20 días a su parroquia. También va triunfante. Su triunfo se basa en los USD 200 que, en promedio, logra reunir en ese tiempo, en jornadas que se extienden entre las 10:00 y las 18:00.
Flores y lápidas
El ritmo de esa avenida ha marcado la vida de cientos de familias que viven en sus costados. Susana Achig es una de las pocas personas que han presenciado la casi fantástica mutación urbana de esa zona, en el transcurso de los últimos 20 años.
La mujer de 44 años atiende desde los 14 un local de flores junto al cementerio de El Batán. En ese tiempo se vendía en unas pequeñas casetas ubicadas donde ahora hay un supermercado.
La calle de cuatro carriles, por donde ahora transitan miles de autos todos los días, antes no era más que un camino secundario abierto en la mitad de un potrero. Hoy, el terreno está ocupado por casas y edificios de apartamentos y fábricas que han proliferado desordenadamente.
La venta de flores es una tradición generacional en la familia de Achig. “Mi mamá inició con las flores aquí. Antes, ella vendía en las villas de La Mariscal. Y antes que ella mi abuelita, las vendió en el Centro”.
En la actualidad, al lado del local de 2 m² que aún conserva, se ha ubicado su hija, Grace, de 21 años. Posiblemente, sea esa la última generación de floreras que salgan de su familia. El negocio está mal y va para peor.
Las ventas han bajado mucho desde hace dos años. Cuando se edificó la nueva sala de velatorios de la Sociedad Funeraria Nacional, la entrada general al cementerio de El Batán se trasladó a una esquina, 200 metros más hacia el norte. Ya adentro casi ningún visitante sale otra vez a comprar flores.
La situación no es mejor para los vendedores de lápidas. Rosa Garófalo, de 36 años, sostiene a su familia con su trabajo de dependienta en la Marmolería El Recuerdo, también junto al cementerio. Desde que murió su esposo, hace cinco años, ella tuvo que sacar adelante a sus dos hijas, ahora adolescentes.
Para ella, ese puesto en la Eloy Alfaro significa una especie de salvavidas que la sacó del naufragio emocional que fue la muerte de su marido. Antes tenía un negocio propio en el cementerio de San Diego. “Acá no hay tanto movimiento”, dice y en los ojos titila una sombra de dolor.
La noche perfumada
La noche en la Eloy Alfaro es un rumor alegre que se concentra en cuatro cuadras de lujosa, elegante y perfumada actividad. Se extiende entre las calles Ayarza y Portugal. Son cuatro cuadras en cuyos terrenos se han levantado restaurantes de lujo, karaokes y locales de comida rápida.
A las 21:00 es imposible parquear en esa zona. Las aceras de ambos lados de la calle están completamente ocupadas. En el aire flota un eco de risas y conversaciones alegres.
Pasado ese tramo, la avenida Eloy Alfaro se convierte en una tranquila calle residencial, flanqueda por altos edificios de departamentos, concesionarias de autos y empresas manufactureras de materiales de construcción. Hay que avanzar cerca de 45 minutos en auto hasta reencontrar la intensa actividad.
Poco antes de llegar al intercambiador de Carcelén, en el límite norte de la ciudad, la Eloy Alfaro muestra su lado más secreto. A ambos costados de la avenida se levantan las impersonales fachadas de empresas de tratamiento de hierro, madera y de productos químicos.
Detrás de esas fachadas se agazapa un abigarrado y tortuoso conjunto de calles estrechas. Entre ellas proliferan dos boyantes formas de negocio: los moteles y las casas de citas.
Tratado del amor furtivo
Las casas donde se ejerce el amor secreto parecen grandes fortalezas, cuyas puertas están adornadas con dibujos de palmeras o aves exóticas.
Los horarios para el amor furtivo son elásticos y escapan a la tradicional lógica laboral. A las 14:00, los autos entran y salen silenciosos y discretos del motel Flamingos, uno de los más grandes y llamativos del sector.
El guardia, un hombre alto, enjuto, de mirada serena y adicto al reggaetón sabe que a los clientes no hay que verlos a la cara. Cuando un auto se acerca solo los guía con gestos enérgicos y seguros.
Aunque la zona está poblada por empresas -y por lo tanto no es probable toparse con algún conocido- las doncellas del amor furtivo se cubren la cara con la palma de la mano o reclinan los asientos de los autos.
Las casas de citas empiezan su actividad hacia la caída de la noche. Tienen nombres sonoros y sugestivos como Marqués de Sade o Club 69. Dentro reina un ambiente hosco y melancólico. Los hombres y las mujeres son como sombras que sonríen bajo los flashes y las luces de colores.
Camino de santidad
José Lema tiene 31 años, una esposa, dos hijos, y un pasado del que intenta escapar.
Salió de su comunidad, Culalag, cercana a Riobamba, cuando tenía 12 años. Su madre había muerto de una enfermedad extraña. Su padre le siguió, poco tiempo después, luego de una larga agonía alcohólica.
El hombre vende frutas desde hace 10 años, a lo largo de la Eloy Alfaro. “El redondel de la Granados se inauguró un domingo. El lunes yo ya estuve aquí”.
Es cristiano. Su convicción espiritual se nota en su mirada franca y tranquila. Desde hace tres años estudia Teología porque tiene un sueño. Una visión, la llama él. “Quiero romper las cadenas del pasado. Quiero amar con hechos a mis hijos. Quiero algún día ser digno de conducir a mis hermanos como pastor de mi iglesia”.
Su camino espiritual lo recorre todos los días a lo largo de la avenida Eloy Alfaro. Para él, como para muchas otras personas, esta vía se convirtió en el camino que da una dirección a sus vidas.