Rodeado de una eufórica multitud de mujeres, niños y ancianos, el doctor Édgar Coral Almeida, manabita de 52 años, camina a sus anchas por el parque ecológico de la Cooperativa de Vivienda Pisullí, localizada a 3200 m de altura, al occidente de Quito.
Gloria Moreno reconoce que “el doctor Coral nos organizó, si no otros se hubiesen llevado esta tierrita”. Fabiola Arce, de 65 años, dice que es un incansable luchador social, porque trazó, en el 1983, la ruta para que 2 000 familias accedieran a un lote en una antigua hacienda del Ministerio de Salud Pública (MSP), oculta en las alturas de niebla y bosque.
Arce, una esmeraldeña, es una de las fundadoras de Pisullí. Define a Coral como un padre. “Me dio la casita y dignidad”.
Su nombre volvió a la tarima política, un espacio que lo conoce muy bien, porque el presidente Rafael Correa dijo: “Me dicen que el traficante de tierras se llama Édgar Coral. Nunca más estos traficantes, ni los dejen entrar”.
Fue el sábado 29 de enero en el enlace sabatino que se hizo en la moderna ágora de Pisullí, destinada para 5 000 personas.
El Presidente recibió una silbatina y hubo vivas a Coral, ante lo cual aquel amenazó con desalojar a los seguidores del líder.
La caminata continúa y Coral esboza una irónica sonrisa al evocar el episodio. “La gente perdió el miedo de expresarse y reconoció mi lucha de 27 años en Pisullí”.
En el parque, de 26 hectáreas, proliferan los alisos, pumamaquis y álamos plateados.
El BID y el Municipio de Quito lo financiaron a un costo de más de un millón de dólares, en el 2006, como parte del proyecto Mi barrio lindo, apoyado por el entonces alcalde Paco Moncayo.
Abajo apenas se ven unas casas de teja de la vecina Cooperativa Jaime Roldós, un predio de 358 hectáreas, invadido en 1983, en el gobierno de Osvaldo Hurtado.
Pisullí no es el único asentamiento de esta zona montañosa. Más al occidente están: Tiwintza, La Carnicería, La Paz, el Comité del Pueblo nro. 2, Chitahuaico y Vista Hermosa.
Quito se revela larga y luminosa y las casas de la Pisullí –en su mayoría de bloque- se levantan junto a la vía principal y asfaltada: la 11 de Noviembre que recuerda un día emblemático de 1983, año de la ocupación, liderada por Coral y otros dirigentes del MPD.
Coral es robusto, de cejas pobladas y de ojos claros. Sus movidos años juveniles le marcaron.
Era 1980 y ocupaba la presidencia de la FEUE, auspiciada por el Frente Revolucionario de Izquierda Universitario (FRIU), siempre afín al MPD.
Llevándose la mano derecha al pelo entrecano, Coral recuerda que descubrió la ex hacienda del MSP cuando llegó al barrio de Cangahua, por el mismo sector.
Entonces, el joven y fogoso Édgar Coral organizó a las huestes para la ocupación. Afable y de modales similares a los de un diestro diplomático, admite que era impulsivo e irreverente.
Con afecto nombra a Camilo Mena, ex rector de la U. Central, quien ayudó los campamentos estudiantiles vacacionales.
Iban por barrios periféricos apoyando a la gente más pobre mediante prácticas agrícolas, de alfabetización, de salud, pequeños negocios y de comercio.
“Fue un tiempo inolvidable en el cual se fraguó nuestra tesis de llevar la universidad al pueblo; en cada brigada había 40 jóvenes que trabajaban en Cotocchoa, Musuña, Cashapamba y Zámbiza”. “No creo -explica- que la toma de la vieja hacienda haya sido una invasión, a la tierra baldía había que concederla una función social y entramos en la noche del 11 de noviembre de 1983”.
La gente se reunió, a las 20:00, en un terreno donde hoy se levanta el Condado Shopping.
La multitud empezó a trepar la montaña llevando colchones, camas, utensilios de cocina y más enseres. Encandilados por el sueño de la casa se movilizaron en viejas camionetas, en motos, bicicletas y la mayoría a pie.
“La gente de la Jaime Roldós, ya invadida, al mando de Segundo Aguilar y Carlos Yacelga, nos recibió a balazos, cerca de la iglesia, hoy el límite de los dos barrios, a 2 800 m de altura; los vencimos”.
Coral invita a conocer la sede social. Allí atesora viejas fotos que testimonian que la minga fue el eje que levantó al barrio de más de 8 000 pisuleños, emigrantes de Loja, Esmeraldas, Carchi, Imbabura, Manabí’
Pronto se llena la sede, limpia y espaciosa. Algunas mujeres, como Juana Chanaluisa, se reconoce niña, de 9 años, en una foto sepia. Se emociona. “Vivo aquí 27 años. Mi casa la hice en el lote 13 de la calle Camilo Torres, sufro porque no tengo escrituras”.
Coral acepta que recién, en el 2007, en la segunda alcaldía del general Moncayo, más de 300 socios -de un total de 1 400- obtuvieron la ansiada escritura. “El proceso burocrático ha sido lento, largo y tortuoso”, reconoce.
Edith Jiménez, también niña en 1983, sonríe al verse en una foto de las mingas. Dice que Lucio Gutiérrez donó la sede. Con solo nombrar al ex Presidente desmadeja el intrincado tejido político en los 27 años de Pisullí: “los políticos merodearon por aquí buscando votos a cambio de tierras”.
Coral y su gente confirman que la Jaime Roldós después fue un bastión del PSC. Nadie sabe el destino de Aguilar y Yacelga, los polémicos dirigentes a quienes Coral acusa de ser los supuestos instigadores de muchos desmanes y del incendio de casas. “Aquí murieron 18 compañeros, son nuestros mártires”. En la nueva escaramuza política, el dirigente mueve la revocatoria del alcalde Barrera. Exhibe unos afiches que dicen: Quito sin barreras. “El Alcalde –sostiene- no ha hecho obras y quiere meter la mano aquí; el Presidente quiere la justicia y busca un régimen concentrador. Vamos por el no en la consulta”. Curtido en las lides políticas, Coral estudia un juicio en contra del presidente Correa por una posible difamación en la cadena del 29 de enero.
El Comité 1 de Mayo
Evangelina Ullauri, de 51 años, y esposa de Juvenal Andrade, uno de los detractores de Coral, atiende en su pequeño bazar de la calle 11 de noviembre.
Indignada, dice que crearon el comité porque ya estaban cansadas de los abusos del dirigente.
“Durante estos años -afirma- nos pedía dinero para el papeleo de las escrituras y nos exigía que fuéramos a las marchas de apoyo electoral para sus candidaturas a concejal, asambleísta, etc.”.
Ullauri afirma que Coral cobraba multas a quienes no iban a las marchas. “Es prepotente y nos chantajeaba; en 27 años, solo logró 260 escrituras, 10 por año”, dice Ullauri, con voz subida de tono. María Espinoza, una vecina, asiente. Ullauri vuelve a la carga: “No ha existido fiscalización de las gerencias de Coral; ahora, gracias a la intervención de la Dirección Nacional de Cooperativas, desde el 2009, tenemos 1 000 escrituras”. El interventor es Luis Valenzuela, a quien Coral acusa de perseguir a varios moradores y de quitarles sus lotes y casas para entregar a personas extrañas.
En una oficina de la Dirección de Cooperativas, en el segundo piso del MIES, norte de Quito, se reúnen Juvenal Andrade y Segundo Campoverde, acérrimos opositores de Coral.
Lograron declarar a la Cooperativa de Vivienda Pisullí en liquidación, mediante Acuerdo Ministerial 00222 del 8 de marzo del 2008. El fin: que sea un barrio. Confirman las versiones de Ullauri y, además, mencionan que Édgar Coral tiene un edificio de cuatro pisos en Bella Vista Alta y una oficina adquirida en USD 80 000. “Gracias a la intervención, en 16 meses ya tenemos 1000 escrituras”, dice Andrade.
El comité le plantea un juicio para que explique los gastos de los tres últimos períodos en los que fue gerente -entre el 2004 y el 2008-. Y, por último, Andrade y Campoverde coinciden en que Coral entregó terrenos a sus cuatro hijos en Pisullí.
En una nueva oficina de la zona bancaria, de la calle Pereira, Coral, con papeles en mano, desmiente a sus acusadores. “Es imposible -dice- que se hayan entregado 1 000 escrituras, máximo se podrían lograr unas 300 al año sorteando una cantidad de trámites municipales, en el Registro de la Propiedad y otros entes”.
Acepta que sus hijos compraron cuatro lotes. ¿La razón? “Una asamblea concedió ese derecho a los dirigentes históricos”.
“Es una infamia”. Con esta frase, el dirigente descarta la propiedad del edificio. “Es una herencia de mi suegra, María Oliva Campos, quien murió hace 10 años. Ella dio la propiedad a su esposo, Mesías Robalino Cartagena, y él a sus cuatro hijos; yo vivo en un departamento que recibió mi esposa, María Catalina Robalino”.
Coral muestra las escrituras. “Por esta oficina, que me costó USD 55 735, aún pago las cuotas al Banco Promérica, ha sido un gran esfuerzo”. Saca una copia de las cuotas que cancela desde hace siete años. Le acompaña Guillermo Esteban, uno de sus hijos, estudiante de Derecho en la U. Central. “Mi padre es único, ético e idealista, ya no hay gente como él”, dice. Coral sonríe y posa su mirada en la vistosa enciclopedia jurídica Omeba, de 24 tomos.