Las fiestas de Quito están consolidadas en diciembre y han adquirido una generalizada identidad social. Pero es necesario continuar transformándolas para constituirlas en oportunidad de valorización de lo nuestro, en sus múltiples sentidos interculturales.
La historia, sin duda, también tiene respuestas para ello. Hay que reconocer que Quito posee, en principio, una calidad dual, pues al mismo tiempo que existe un ancestro indígena, hay otro de origen hispánico.
La planicie de Quito fue el asiento para diversas comunidades que las investigaciones arqueológicas han descubierto. La incursión de los incas sobre el complejo de culturas integradas en la zona Quitu, inició una ciudad convertida en segunda capital del Tahuantinsuyo.
No fue una época idílica, pues entre los pueblos aborígenes se produjeron sometimientos y conflictos sangrientos. Cuando llegaron los españoles en búsqueda de oro, tierras y señoríos, su conquista fue brutal y destructora. Los pueblos indígenas fueron dominados y explotados.
El 28 de agosto de 1534, Diego de Almagro fundó la Villa de San Francisco. El 6 de diciembre, Sebastián de Benalcázar asentó la Villa, convocó a tomar posesión de sus cargos a los alcaldes y regidores y también registró a los primeros 204 vecinos conquistadores. La Villa alcanzó el título de ‘Ciudad Muy Noble y Muy Leal’ recién en 1541. Así es que ni Benalcázar fundó la ciudad, ni lo hizo el 6 de diciembre.
En el siglo XVI se inició la nueva arquitectura, destacando la religiosa frente a la civil. También comenzaron nuevos oficios: hojalateros, herreros, panaderos, tejeros, albañiles, picapedreros, aguateros, cargadores, carpinteros, sastres, etc., a menudo enfrentados con el Cabildo por las regulaciones impuestas sobre sus actividades.
La diferenciación social fue afirmándose, con blancos peninsulares y criollos destacados por su posición frente a los indios y a los escasos negros citadinos. Creció la población mestiza, constituida en alma de los barrios. La urbe se amplió con el crecimiento barrial en todos los siglos coloniales.
El XVIII fue un siglo caracterizado, entre otros fenómenos, por las numerosas rebeliones indígenas en el territorio quiteño, por la sublevación de barrios en la ciudad (1765) y el despertar del movimiento ilustrado, que destacó a Eugenio Espejo (1747-1795). Incubó la conciencia criolla y la identidad como país. El 10 de Agosto de 1809 estalló el Primer Grito de Independencia, con el que se inició un largo proceso de emancipación, hasta 1822.
Quito se forjó sobre esos antecedentes rápidamente esbozados. La República añadió lo suyo. Y hoy tenemos una ciudad multifacética. El día de Quito no es, por tanto, solo para recordar su fundación española. Sería pobre limitarse a ello. Es un motivo para valorar la resistencia aborigen y la participación de la población quiteña en la siempre intensa vida política del país.
Quito se ha convertido en antena política del Ecuador. Momento, entonces, para resaltar sus luces y sus sombras.