Son las 10:02 del lunes 14 de marzo. A esa hora, Martha Casas ya terminó su venta de jugos naturales en su puesto, en el extremo norte del Parque de los Tubos, en Solanda (sur de Quito).
En una tina, recoge los residuos orgánicos que generaron las ventas del día. Antes de ir a su casa, los dejará en un centro de acopio que transformará esos desechos en alimentos.
El puesto de jugos de Casas está a escasos 10 pasos de la entrada al Ecocentro. Esta es una iniciativa de la Empresa Metropolitana de Gestión de Residuos Sólidos (Emgirs) y lleva dos años y medio en funcionamiento, aún en medio de la pandemia. Está dentro del parque, cerca de la calle Ajaví.
En un terreno de 560 metros cuadrados se distribuyen 10 camas para compostaje y siembra de alimentos. Residuos como los que entrega Martha, se tratan en dos de esas camas de tierra para descomponerlos y producir abono.
Roberto Cumbal, administrador del centro, cuenta que hay 30 personas, entre moradores cercanos y dueños de restaurantes, que llevan regularmente sus residuos. Para eso fue necesario capacitarlos en la separación desde la fuente.
Desde septiembre del 2019, el Ecocentro ha producido y entregado al Banco de Alimentos de Quito 800 kilogramos de productos. No es una producción masiva, pero la intención es concienciar a la gente del sur sobre el aprovechamiento de la basura orgánica.
Lo que se obtiene es entregado mensualmente al Banco de Alimentos, una organización sin fines de lucro que reparte la comida a grupos que atienden a personas vulnerables.
Patricia Pérez, de Relaciones Interinstitucionales del Banco de Alimentos, dice que también ellos aportan al Ecocentro con residuos orgánicos, producto de su trabajo. A ellos, los supermercados les entregan la comida que no se ha vendido.
Según los datos de ese centro de acopio, en Quito se desperdician 400 toneladas de alimentos. En 2021, el Banco obtuvo 1 000 toneladas de comida. Eso sirvió para alimentar a 90 000 personas por mes.
En el terreno de la Emgirs, que se asienta sobre lo que antes era una escombrera, hay lechuga, tomate, manzanilla, menta, granadillas y taxo. La mayoría de los alimentos son de ciclo corto, es decir, no tardan más de tres o cuatro meses en estar listos.
Los datos de la Emgirs muestran que lo que se produce es importante para completar la canasta de productos que se entregan a 512 familias vulnerables en Quito. El Banco de Alimentos se encarga de la repartición mediante las 130 organizaciones que tiene mapeadas. En total hay 250, pero el resto está aún en proceso de calificación.
El lugar no es solo para producir alimentos orgánicos. También hay visitas guiadas y capacitación para quienes quieren aprender cómo hacer compost casero. De eso se encarga Elinda Rodríguez, quien está a cargo de hacer el abono, sembrar, cuidar y cosechar.
Desde hace seis años se interesó por esa actividad. Comenta que ha recibido varios cursos y es algo que le encanta hacer. Por eso, quienes visitan el lugar pueden aprender las técnicas que se emplean para mantener un huerto urbano.
Ella pasea por cada sendero. Vigila los tomates y las plantas medicinales. También se encarga de mover la tierra en la cual se están descomponiendo los residuos. En la producción de abono también le acompañan dos conejos, a los que cuida con cariño.
Elinda explica que cada tres meses es necesario cambiar de producto en cada cama, de lo contrario la tierra se cansa. Además, para garantizar su calidad, se ocupa de que haya la humedad correcta en el compost y de que exista el riego necesario en cada verdura y hortaliza.
Cumbal señala que el 60% de los residuos que se generan en Quito es orgánico.