Demanda de cofres y urnas se disparó en la pandemia

Mariola Espinosa fabrica urnas mortuorias en su taller ubicado en el norte de Quito. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

La muerte es la última puerta en el mundo terrenal. No obstante, de un modo u otro, los seres humanos buscamos alguna forma de eternidad. Una de ellas es honrar a los difuntos. Enterrarlos, cremarlos y hasta guardar en casa varios huesos -como es habitual en los pueblos de génesis incaica- son prácticas utilizadas para perennizarlos. Y ataúdes, cofres, urnas y hasta fundas especiales son usados para dar cabida a los cuerpos inertes.

En el país nunca faltaron maestros en el género. En Quito, estos artífices siempre fueron protagonistas. Nunca hubo funerarias en exceso y estos fabricantes de catafalcos y afines no son numerosos. Ataúdes Ecuador; Alma Madera; Cafres, cajas y cofres Ltda., Cofres y urnas Mary son algunos de estos sitios. En Tungurahua son reconocidos Ángel Balseca y William Pallo. Y en Santo Domingo de los Tsáchilas, Manuel Estrella es buscado por su experticia.

La pandemia aumentó de forma alarmante el número de decesos y la cantidad de sarcófagos y urnas subió en proporción exponencial para tratar de cubrir esa demanda. La cosa se puso tan crítica que empresas como Modal y Metalmecánica Tabacundo, que regenta la Prefectura de Pichincha, empezaron a fabricarlos. Ambas pararon la producción hace poco.

La Prefectura y el Municipio de Pedro Vicente Maldonado, con el apoyo de la empresa Botrosa, concluyen los últimos 25 féretros de madera para 25 familias de escasos recursos.

Mariola Espinosa, una quiteña todoterreno que regenta Alma Madera, es una de las artesanas que se ha ganado un lugar en el difícil universo funerario quiteño. Ella se aficionó por las gubias, pinceles y lacas al mismo tiempo que le gustaron las muñecas.

Fue en Chone, donde tiene familia. Un maestro de la vieja carpintería manaba, al que solo conoció como ‘Sopita de queso’, la inició en el oficio. Y ya no paró más. En Quito, en el 2000, se decidió por ponerles pies a sus sueños y montó un taller de artesanías y manualidades. Hizo liga con el carpintero William Echesi y empezaron a fabricar urnas para columbarios. Y también ataúdes.

La fábrica de Fernando López, quien elabora ataúdes y urnas, está en La Armenia. Foto: Patricio Terán / El Comercio

Las primeras cinco urnas que vendió a Funeraria La Paz fueron la bandera de largada. Luego, con tesón y paciencia, fue rebasando metas como una corredora de obstáculos. La separación del carpintero significó quedarse sin un timón, pero no dejó de remar.

Es más, ese contratiempo disparó su creatividad. Diseñó nuevos modelos de urnas -de barro y para mascotas- y empezó a fabricar fundas biodegradables, idóneas para guardar y transportar cadáveres y para los hornos crematorios; todo según las normas internacionales.

La pandemia le creó un escenario agridulce, pues la demanda de sus productos subió pero con ese prurito de dolor que trajo el virus. De 80 urnas mensuales saltó a 300 y sus bolsas pandémicas aterrizaron en instituciones como el GIR y la Cruz Roja Internacional y Ecuatoriana.

Sus productos tienen mucha demanda en Guayaquil y uno de sus clientes selectos en la capital es Funeraria La Paz. La historia de Cofres y urnas Mary tiene un inicio familiar. El pionero fue José Manuel López, jefe del clan. Y tiene 25 años de proveer a las funerarias nacionales.

Lo de Cofres y urnas Mary, cuenta Fernando López, uno de los hijos y al frente del negocio desde 2013, nació de la urgencia de ponerle un nombre al negocio justo cuando su madre y su tía tramitaban el RUC en el SRI. Y aunque el bautizo fue al apuro, así se quedó. El primer taller aprendió a gatear en la Quito Sur. Y en ese barrio popular caminó por 15 años. Cumplió la mayoría de edad en La Armenia, donde funciona desde hace 10 años.

Hoy, ocho maestros transforman las planchas de MDF y la madera de laurel en cofres mortuorios y urnas. Se hacen modelos básicos, tradicionales y con diseños europeos y americanos. Para lograr esa excelencia, López desechó una jefatura de taller en una empresa automotriz para dedicarse a investigar, perfeccionarse y encontrar la más alta calidad. Logró una certificación de excelencia de la Universidad de Los Hemisferios.

Con la pandemia aumentaron las ventas. Los 50 productos mensuales se convirtieron en 200. En abril pasado, Cofres Mary vendió 1 200 urnas.

Los precios, asegura López, se manejan bajo parámetros como cantidad, calidad, mercado, competencia, situaciones extrañas como la actual. En fin, algo similar a lo que hacen sus “amigos y rivales”.

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