En el Ecuador, el golpe militar del 9 de julio de 1925, conocido como Revolución Juliana, se produjo por el agotamiento del Estado Liberal instaurado desde 1895.
La revolución estalló, en consecuencia, por intermedio de la Liga Militar, que, de acuerdo con el testimonio de Luis A. Rodríguez S., por aquella época Teniente del Regimiento Bolívar de Quito, nació el 25 de octubre de 1924.
Un reducido grupo de jóvenes oficiales, que al calor de las conversaciones sobre las desgracias del país y la necesidad de “hacer algo serio”, decidieron confabularse para “salvar a la Patria”.
Formada en secreto, al margen de las jerarquías, los caudillos, los partidos y los movimientos sociales sobre la base de la fuerza armada de oficiales de baja graduación, la Liga Militar fue la única capaz de imponerse, motivada por su patriotismo.
En la primera proclama A la Nación, del 10 de julio, se sostuvo, entre otras razones, que el Ejército había intervenido “convencido de que los sagrados intereses del país no podían continuar a merced de un régimen de Gobierno que se encontraba en absoluto divorcio con la voluntad nacional”.
Proclamaron que la institución “no podía servir de instrumento” para mantener un orden de cosas ilegítimo, que había abandonado “los más esenciales problemas de la vida nacional, especialmente respecto de la profunda crisis económica”.
También anunció que se conformaría una Junta de Gobierno “integrada por elementos de comprobada honorabilidad, que inspiren confianza a toda la Nación y que sintetice las aspiraciones de la hora presente”.
El 10 de julio se instaló una Junta Suprema Militar, que acordó nombrar una Junta Provisional Militar. Esta se encargaría de designar una Junta de Gobierno, que pueda “encauzar los destinos de la Nación por los senderos del bienestar y la conveniencia general”.
También, ese mismo día, la Junta Suprema Militar, presidida por el comandante Luis Telmo Paz y Miño, “A nombre y en representación de todo el Ejército de la República”, además de desconocer al gobierno de Gonzalo S. Córdova “por no considerarle conveniente a los intereses de la Nación”, dispuso la creación de la Junta de Gobierno Provisional.
Esta estuvo integrada por siete miembros, que se encargarían de los diversos ministerios. Se nombró a los señores Luis Napoleón Dillon y José Rafael Bustamante y a los Generales Francisco Gómez de la Torre y Moisés Oliva, que quedaron encargados “del mando Supremo de la República” e investidos “de todas las facultades extraordinarias para la organización del momento actual”. Se reservó el derecho de nombrar a los otros tres miembros de dicha Junta.
Por haber sido un producto de la Liga Militar y una verdadera confabulación contra la superioridad politizada del Ejército, la revolución emocionó entre los cuarteles de toda la República, unificándolos bajo el mismo “espíritu de cuerpo castrense”.
Las adhesiones fueron inmediatas, no hubo resistencias armadas por vencer (con lo cual “no se derramó una sola gota de sangre”, al decir de los mismos revolucionarios) y el movimiento se convirtió en la primera intervención institucional del Ejército en la vida republicana.