La gesta libertaria del 10 de agosto de 1809 se ha visto últimamente nutrida de apreciables obras que han contribuido a mayor difusión de la epopeya. Quito ha quedado mejor que antes, lúcida y gloriosa, por haber iniciado un poder autóctono que acabaría desterrando al colonialismo. Se necesita algo más solemne por el duelo de los próceres asesinados el 2 de Agosto de 1810.
Las conferencias y libros, han escamoteado sin embargo la tarea difícil de contextualizar la historia y la urgencia de representar a la sociedad de entonces en su encadenamiento y trabazón social. Pues, nuestros pueblos o estudiantes se verían menos aburridos si también les diéramos testimonios de cómo era el modo de vida de entonces.
No creo que se haya hablado del procerato de un religioso que hizo temblar a la corona, con lo que llamaron “El sermón revolucionario del Cura de Zámbiza”. Fue perseguido y casi muerto, hasta su destierro.
Quito mismo estaba esos años en la decadencia económica, al tiempo que Guayaquil cada vez exportaba más cacao a Acapulco, y puede decirse que gozaba de una bonanza. Poco le importaba que los quiteños se hubieran lanzado al vacío para alcanzar la libertad de todos. Su dependencia de Lima era tan grande que el puerto estuvo anexado al Perú entre 1803 y 1812.
Tan revoltosos eran los quiteños que Toribio Montes pidió el traslado de la capital a Guayaquil, el 22 de diciembre de 1814. Pero en 1812, Panamá festejaba la Revolución de Quito. El 23 de noviembre de 1811 se establecía la Audiencia (de Quito) en Cuenca, donde había “horca y garrote”.
En 1802 se hundía la fragata Santa Leocadia en el mar de la Punta de Santa Helena, con miles de doblones en oro. Por años se buceó su rescate. La anexión de Guayaquil a Lima se celebró con toros, pero el alcalde de la ciudad fue cogido y muerto por el animal.
Después de 1797, luego del terremoto de Riobamba, la Sierra Central sufrió décadas de pobreza y aislamiento. El polémico cacique Leandro Sepla y Oro recibía tierras por sus servicios para dominar las rebeliones indígenas de las comunidades de Guamote y Columbe, el 12 de septiembre de 1804.
Manuel de Larrea y Jijón era nombrado marqués de San José, a la vez que tres mercedarios fueron procesados por ser afectos a la independencia. Y el cura Murillo, sacrificado por la misma razón.
Sorprende que otros clérigos hayan sido deportados a Filipinas. Cada vez sacaban la “Lista de insurgentes que deben ser decapitados”. Toribio Montes era presidente de Quito en 1811 hasta 1817 y, en 1819, Aymerich.
La publicación con la Constitución Monárquica de 1813, se leyó en Zámbiza y otros pueblos, causando conmoción popular el 27 de junio de 1815.
Por otro lado, se criticaba “los trajes indecentes de las mujeres”, pero se continuaba con la remisión de reos, y se hablaba de relajación del clero en general.
Se debería encontrar una pintura a colores del Convite de Cuenca contra Quito, 20 de marzo de 1813. El contrabando florecía, y por el golfo se acercaban primero unas fragatas rusas, y en 1818 se declaraba “comercio libre” con Gran Bretaña.