“Cuando ocurrió lo del aluvión en La Comuna y La Gasca, yo estaba en mi casa y me enteré por medios de comunicación. En las redes sociales también se subieron un montón de videos que me conmovieron. Ver cómo el agua caía y se llevaba todo a su paso me causó un gran impacto y decidí que debía hacer algo.
Desde hace varios años yo colaboro con distintas causas sociales y ahora era también una oportunidad para ayudar a las personas afectadas. Con mi amigo Fabián Arias fuimos a la Zona Cero el 2 de febrero, dos días después de la tragedia. Trabajamos con otro amigo que forma parte de una escuela de formación de policías.
Al llegar al sitio me impactó ver a la gente desesperada, llorando. Algunos buscaban entre los escombros a algún familiar que había desaparecido y otros trataban de recuperar algunas cosas que el lodo había enterrado. También había postes caídos, parques que ni siquiera se distinguían porque los rebasaba el agua negra.
Traté de ponerme en el lugar de las personas que estaban ahí. El solo imaginarme que de la nada te quedes sin tu hogar, que pierdas todo lo que te llevó años construir… Que de un momento a otro pierdas a un ser querido y de esa manera, me parece algo muy duro.
Yo todavía creo en la buena vecindad, considero que hay que dar la mano a quien lo necesite y en esos momentos, cualquier ayuda era muy valiosa.
Con Fabián recorrimos las viviendas que estaban cerca de la UPC de Pambachupa, una de las zonas más afectadas por el aluvión y en donde un día antes habían encontrado un cuerpo. Golpeamos las puertas de las casas que estructuralmente estaban bien, pero en su interior había agua lodo y escombros.
Nos pusimos a disposición de las personas y les consultamos si requerían ayuda médica. Atendimos a más de 10 personas entre adultos mayores y un niño. Recuerdo a dos pacientes que tenían la presión alta por el acontecimiento. María Teresa era una de ellas, estaba muy asustada, se le subió la presión y no tenía quién la ayude a inyectarse su medicación.
Cuando llegamos a su casa, su familia estaba limpiando la parte de afuera y junto con su hermana, las dos de la tercera edad, nos recibieron arriba. Ella nos contó que se sentía un poco alterada y preocupada por el aluvión que sorprendió a todos sus vecinos.
Yo traté de que se calmara y le inyecté la medicina que necesitaba para que se sintiera mejor. Conversamos mucho e incluso le hacíamos bromas y poco a poco se fue normalizando. Ella también fue amable y en medio de tanto dolor se mostró generosa con nosotros y cuando terminamos la atención nos brindó cola con galletas.
Otras dos personas que atendimos tenían problemas oncológicos. A ellos también se les subió la presión por el impacto. Les hicimos un chequeo y afortunadamente no hubo complicaciones.
En otra vivienda asistimos a un niño con un problema gastrointestinal, presentaba un cuadro de deshidratación por diarrea. Lo estabilizamos y le dimos la medicina indicada. Su madre, muy conmovida, nos agradeció por la ayuda y nos contó que no podía salir de su hogar debido a que todo el sector estaba lleno de lodo y le era complicado movilizarse.
Lo poco o lo mucho que pudimos ayudar en ese momento a todas esas personas me llenó de satisfacción, pienso que así sea con un grano de arena se puede aportar, todo va sumando y al final se pueden lograr grandes cosas.
Junto con Fabián también colaboramos en las tareas de limpieza sacando el lodo de algunas casas. Todavía recuerdo las escenas que se vivían en la calle y en las viviendas destruidas. Había mucho dolor, mucha desesperación y hasta cierto punto, por más lejana que pareciera, había la esperanza de encontrar a alguien vivo.
La gente de la Zona Cero también necesita respuestas y una solución definitiva para que una tragedia de esa magnitud no se repita”.