Es el arte de bailar sin topar el piso. Es envolverse y desenvolverse en telas que cuelgan del techo y, como si fuesen corrientes de viento, ayudan a elevarse al danzante. El baile en tela es casi como volar.
En Cotocollao hay un grupo de 80 personas que practica esta actividad todos los días, de lunes a sábado, en diferentes turnos en la tarde, para aprender lo que muchos consideran una acrobacia.
Fue la misma comunidad la que hace seis años se organizó y acudió a la Casa Somos para pedir que se abriera el taller. Desde entonces, la entidad presta el establecimiento y da todas las facilidades para que mujeres, hombres y niños reciban clases.
Cada participante colabora con USD 1 y se lo entrega al instructor luego del entrenamiento. Cada día hay tres turnos. Cada uno toma hora. Empiezan a las 15:00 y se extienden hasta las 18:00.
No hay límite de edad para practicar este tipo de danza, aunque la mayoría son jóvenes. Hay niñas desde los 5 años, y mujeres que bordean los 35. En el grupo solo hay tres hombres.
El instructor empieza a maniobrar la tela y hace parecer sencillo escalar a las alturas, pero no lo es. Se debe tener mucha fuerza en los brazos para conseguir levantar el peso y despegarse del piso. Por eso, durante el primer mes de entrenamiento se dedican a fortalecer brazos con ejercicios en suelo.
Hacen flexiones de pecho y cardio. En el segundo mes ya es el turno de las telas y aprenden técnicas. Diego Mecías, gestor de Casa Somos Cotocollao, cuenta que para acoplar el aula se debieron fijar bases en el techo, sujetas a la losa, para allí colgar las telas que miden cerca de 7 m de largo. Antes de la pandemia acudían 12 personas por horario, ahora, para conservar la distancia, se entrenan seis.
Alex Santafé y Paola Pesántez son los instructores a cargo del taller. Aseguran que en tres meses de entrenamiento continuo, las personas aprenden los pases básicos y pueden armar coreografías. Empiezan con poses como el capullo, la mariposa, la hamaca… Son técnicas que consisten en hacer nudos en la tela, para lo cual no necesitan despegarse del piso.
Luego vienen las técnicas de tres tiempos, que ya se hacen en el aire. El movimiento cupido es uno de los más complicados, ya que se hace casi tocando el techo; es decir, a cerca de 5 m de altura.
En el suelo hay colchonetas de 2,5 cm de grosor para amortiguar la caída en caso de haber un desplome. Hasta el momento nunca ha ocurrido una emergencia de ese tipo. Pero el miedo está presente. Quien hace la aseveración es Alison Proaño, de 8 años, una de las alumnas más expertas.
Con una soltura y elocuencia admirables cuenta que empezó a entrenarse a los 5 años. Es una de las niñas que más piruetas realiza. ¿Qué es lo que más miedo le da? ‘Hacer las caídas’ (cuando se deja caer desde la parte más alta y casi al tocar el piso la misma tela la detiene) ¿Qué es lo más difícil? “Las caídas”. ¿Qué es lo que más disfruta? “Las caídas”, responde y ríe.
El baile marcó su vida. Está convencida que de grande quiere ser profesora de este tipo de danza.
Ella empezó a entrenarse gracias a Mónica Luna, su abuelita, tiene 59 años, vive en Cotocollao y asiste a otros talleres de Casa Somos.
La niña vive en Calderón; pero dos días a la semana va a la casa de su abuela y es cuando se entrena. Hannha Gallo, de 14 años, es otra de las bailarinas. Su mamá, Rosita Sánchez, cuenta que acudieron por recomendación médica.
Una conocida suya tenía problemas de crecimiento y el doctor le aconsejó que practicara este baile porque le iba a ayudar a crecer. Así que llevó a sus dos hijas para que, “en lugar de estar en la computadora, se ejerciten y desestresen”.