Guadalupe Panchi, una de las mujeres que lideran los programas comunales, en el mirador de la Colmena, en el sur. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
En la Colmena, La Ferroviaria Alta, Solanda y el barrio Bermeo, la gente saca adelante proyectos para fomentar la vecindad.
Arriba, donde se acaban las casas y los cerros recobran el protagonismo, el frío muerde como un bull terrier y el viento sopla con ínfulas de toro bravo.
Al oeste, en las faldas del Pichincha, las escalinatas son infinitas y parecen llegar al cielo.
Al frente, en el entorno de Puengasí, una larga y aguileña calle llamada, con acierto, Nariz del Diablo, también termina golpeando las puertas de San Pedro y se corta donde empezaba el Chapag Ñan incaico, que unía Kitu con el Cusco
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Son La Colmena y La Ferroviaria Alta, dos barrios quiteños nacidos al sur de El Panecillo a inicios del siglo XX, como consecuencia de la primera gran ola migratoria campo-ciudad. Hoy forman parte del llamado centro-sur.
Les siguieron, como la descarga de una metralleta, muchos otros de corte parecido. Ya maduro el siglo, se urbanizaron Chillogallo, Turubamba y Solanda. Estas barriadas tienen un camino incierto por el desbordamiento de sus necesidades urbanas; imposibles de solucionar solo con la gestión municipal.
Este panorama negativo, paradójicamente, dio lugar a prácticas positivas como la gestión comunitaria.
No hay barrio sureño legal que no tenga un comité pro mejoras. Es más, para estar a tono, muchos comités se trasmutaron en colectivos que manejan nuevas destrezas, como las plataformas digitales y las redes sociales… Fueron estas herramientas las que les permitieron resistir la pandemia.
La Colmena Chakiñán; Líderes La Ferroviaria; Solanda, barrio fino; y el Comité del Barrio Bermeo son referenciales.
Consecuencia de esta coyuntura es, asimismo, la consolidación de varios gestores culturales y comunitarios; la mayoría mujeres.
Gabriela Yánez en La Ferroviaria Alta; Guadalupe Panchi, en La Colmena; Naty Rivas y la Ramona Ramones (Pamela Ramón), en Solanda; y Alejandro Prentice, en el barrio Bermeo, son ejemplos válidos.
Los procesos empezaron con un registro histórico del barrio porque, como afirman Panchi, Yánez y Rivas, la memoria es la primera acción para reconocerse en un lugar, para considerarse “parte de”.
En el caso de Solanda, este resumen partió de una tesis de posgrado de Ramón, con el apoyo del gestor cultural Fabiano Kueva.
Colmena Chakiñán, cuenta Panchi, tiene ocho años de vigencia. En ese lapso se pusieron pies a varios sueños. Se dieron cursos de comida tradicional. Se organizaron campamentos vacacionales. Se mejoraron escalinatas y calles. Se recuperaron tradiciones como las fiestas de inocentes y del patrono de la parroquia (San José de la Libertad).
Se dictaron tutoriales para fabricar cometas y globos artesanales y se implementó un plan de turismo barrial, que mostraba los rincones mágicos que tiene este primigenio refugio de obreros y militares.
La pandemia no pudo frenar esos ímpetus. Ahora se realizan los tutoriales, pero de manera virtual y desde las terrazas familiares. Y hasta se realizó el primer concurso de trompos por ese medio.
La Ferroviaria Alta se decantó por cambiar esa imagen de inseguridad que tiene el barrio por otro de corte cultural; y religioso, porque el catolicismo es muy fuerte. Un ejemplo es la formación de la brigada de seguridad Divino Niño.
Y se puso a punto el plan piloto de prevención de drogas y alcoholismo. Y se realizó la recuperación de la UPC.
Según Yánez, la arista cultural es vital. Por eso se habilitaron el Cafecito Cultural, el restaurante Mirador Vista Sur y el Centro Cultural Padre Callari. En estos se realizaron y realizan presentaciones de teatro y grupos artísticos, proyecciones de cine… Hasta hubo entrevistas a los últimos candidatos para la Presidencia.
La Ferroviaria Alta también proyecta la Ruta Turística Ferroviaria, que muestra los encantos escondidos que tiene este balcón quiteño, afirma esta gestora que irradia energía de la buena.
Tanto en La Colmena como en la Ferroviaria, las tareas sanitarias por la pandemia fueron intensas. E incluyeron la entrega de kits alimenticios, la realización de centenares de pruebas para detectar covid-19, la desinfección de calles…
En Solanda, más al sur, la cosa fue más sui géneris. El colectivo aprendió a caminar en el 2016, gracias al proyecto Ciudad Modelo y, posteriormente, adquirió identidad.
La primera acción de la llamada Asamblea Cultural de Solanda fue crear la plataforma digital Solanda, barrio fino. Desde esta se apoyan los emprendimientos barriales, se comunican temas de interés y hasta se reflexiona, desde el humor, sobre lo que significa ser solandeño. El Show room, un híbrido bar-centro de exposiciones creado por la Ramona también tiene esa finalidad.
En esa órbita se inscriben, asimismo, otros programas como huertos urbanos, donde Édison Pérez enseña cómo crear pequeños huertos familiares sustentables.
Una de las iniciativas de la Asamblea, que toma cuerpo, es convertir el pasaje que está detrás del mercado de la parroquia en un callejón cultural donde se realicen actividades que involucren a la vecindad.
El mural que forma parte del proyecto está casi listo y contó con el apoyo de artistas que creen en estos procesos, como la asociación Nina Shunku.
Como no hay ningún financiamiento oficial, los miembros de la Asamblea afinan su imaginación para recaudar fondos. La rifa que se realizará estos días es una pequeña muestra. Y tienen en carpeta otras iniciativas parecidas.