Las torres de la Basílica del Voto Nacional se divisan desde miradores y calles de Quito. Sus grises paredes resaltan en días despejados, sobre el fondo del cielo azul. En días nublados, ese color se funde con el de las nubes.
Hay quienes transitan a sus pies, por la Venezuela, que ni siquiera imaginan que hay otras maneras de apreciar este templo de estilo neogótico. Solo basta caminar hasta la calle Galápagos, que actualmente está siendo restaurada.
Una de las puertas laterales de la iglesia conduce a las escaleras. El guía de planta, Édison Camacho, está allí para informar a los turistas.
Mientras el visitante sube, puede conocer parte de los secretos de este templo que se empezó a construir en 1892 y aún tiene obras inconclusas.Uno puede olvidar que está dentro de un templo antiguo, al entrar. Hay ascensor y gradas como las de un edificio común. Al subir hay rincones de donde se puede mirar, a través de ventanas, detalles de los alrededores. En una ‘parada’ inicial se puede ver de cerca un gran órgano tubular.
Pero aún así, en esta parte del camino persiste la sensación de estar en un edificio cualquiera, porque hay hasta una tienda de artesanías por la que hay que cruzar para continuar ascendiendo.
Cuando aparece la primera terraza, todo cambia. Desde allí se observa una vista panorámica del Centro Histórico. Justo al frente se ve la figura de la Virgen sobre El Panecillo. Los colores del mural de la Cima de la Libertad resaltan en un paisaje con lomas, casas coloniales restauradas y ‘modernizadas’.
Un largavistas disponible para el público permite observar desde arriba a La Catedral, La Compañía, el Carmen Bajo, Santo Domingo, la fachada de San Francisco, etc. Desde otros puntos se ve el colegio Mejía, el antiguo Hospital Militar, la Casa de la Cultura, el edificio La Licuadora, el estadio…
Luego se puede hacer una parada en la cafetería Torre Blass, que tiene grandes ventanales para apreciar el entorno, mientras se elige una de las 18 variedades de preparación de café.
En la siguiente estación se puede ver el reloj de la Basílica, por dentro. Grandes ruedas de escape, cadenas, péndulos y pesas están allí. El reloj, según un letrero, dejó de funcionar en 1993.
Al continuar el ascenso, el camino se vuelve un reto para quien tiene miedo a las alturas. Junto al reloj están unas gradas en forma de espiral. Luego, aparecen escaleras metálicas, apenas inclinadas, para seguir subiendo.
Al llegar al punto más alto se ven otros sitios de la ciudad. En esta parte de la torre del reloj se puede mirar a través de agujeros en forma de tulipanes y tréboles.
Hasta allí llegó Vicente Galeas, junto con sus hijos Estefanía y David Esteban. Las escaleras en espiral, el reloj y la vista panorámica son algunas de las cosas que les llamaron la atención. “Parecía imposible ver de cerca y desde su interior este tipo de construcción”.
Al frente está la torre del cóndor. Si el turista quiere ver la ciudad desde otra perspectiva, puede bajar hasta un estrecho puente de madera. El crujir de las tablas asusta, pero tranquiliza ver que a los lados hay una especie de techos de cemento con forma triangular. “Como dicen, del suelo no paso”, bromea un visitante.
Las palomas del Centro se paran en gárgolas que en vez de animales míticos son fragatas, iguanas, cóndores, águilas y piqueros. Es emocionante verlas de cerca, al igual que los techos con metal y cemento, los patios y zonas de construcción inconclusa descansando a los pies del visitante.