La disposición final de desechos líquidos y sólidos en Quito constituyó un grave problema desde su fundación hispana. Las diversas administraciones municipales en estos casi 500 años no han logrado dar con las soluciones.
En el río Machángara, en los inicios del siglo XX, los quiteños no solo que lavaban sus ropas, sino que se bañaban, lo que tornó muy concurridas sus vegas. Hasta los cuarenta, se encontraba en las rocas patos de las torrentes. Pero las descargas tanto orgánicas como industriales mataron la vida en sus aguas, convirtiéndole en cloaca de hedores insoportables.
En lo que se refiere a la basura, apenas se realizó la fundación hispana, los desechos fueron arrojados a lo que hoy es la avenida 24 de mayo que originalmente se denominó Cantuña o Jatuña Huaico, para pasar a llamarse Ullahuanga Huaico, quebrada de los Gallinazos, por la presencia de estas aves carroñeras, claro indicativo de que ahí se debieron arrojar animales muertos y otros desperdicios que les servían de alimento.
Los más conocidos fueron los botaderos de Zámbiza en el norte y la de los Chochos en el sur, que iban siendo rellenadas de manera peligrosa por desperdicios, que mezclados con agua podrían producir aluviones o incluso explosiones por la generación de gas metano.
Aparte de todo esto, personas de total indigencia, al igual que en otras ciudades del mundo se dedicaron a recoger los materiales útiles que se encuentran en la basura, sobre todo papeles y cartones y los vendían a fábricas.
La condición de los minadores, como se llaman a sí mismos, era por demás precaria, pues estaban expuestos a enfermedades y accidentes de diverso tipo que ponían en riesgo sus vidas. Algunos proyectos se intentaron implementar para mejorar su situación. Recuerdo que hacia el año de 1986 Leopoldo, ‘Polo Barriga’, nos entrevistó en ese lugar a Roque Sevilla de Fundación Natura, Esperanza Martínez de Acción Ecológica y a mí; mientras se rodaba el programa, un ser fantasmal, todo tiznado, ofrecía sus negras manos a los participantes, en un ambiente realmente depresivo, pues resultaba muy difícil de comprender cómo seres humanos podían vivir en condiciones tan miserables.
Los peligros que presentaba la quebrada de Zámbiza llevaron a las administraciones zonales de turno a buscar otros lugares, que implicó la negativa de quienes habitaban cerca de los sitios escogidos. Al fin se hizo un nuevo botadero en El Inga, sin que se resolvieran de esta manera los problemas. Hay que manifestar que hasta hoy no se ha logrado reciclar ecológicamente la basura orgánica, que no existen campañas educativas de buen impacto, sobre la necesidad de dividir en los lugares de generación los diversos tipos de desperdicios para facilitar la tarea.
Hoy la tendencia ideológica imperante en el Municipio, pretende administrar directamente la provisión de servicios, a diferencia de la anterior que buscó entregar a empresas particulares. Si reflexionamos veremos que el ser humano no cambia por trabajar para el Estado o para la empresa privada, el fenómeno de la burocracia, anotado ya por el sociólogo Max Weber, puede prosperar en cualquiera de los ámbitos. Las consideraciones ecológicas, son las llamadas a mediar en esta situación y a determinar lo que más eficiente resulte para este problema.