Y bien chagra. Pero ojo; como dice mi tío Benjamín: “Una cosa es ser chagra y otra ser cholo”. Nací en Alausí, la del Tren Volador de Endara Crow. Alausí, granero de la patria, ombligo del planeta, patrimonio cultural de’ Casi me voy de notas chauvinistas; y esta nota versa sobre otras notas.
Al año y medio de mi nacimiento, mis papás, como muchísimos otros provincianos en los 60, migraron a la capital. La primera casa que alquilaron mis aventureros progenitores estaba cerca del Teatro Capitol.
Su dueña era una encantadora anciana, doña Mercedes Núñez, quien vivía en la planta alta. Nosotros ocupábamos el primer piso, cuya galería de piedra daba a un patio interior que constituyó mi universo mágico.
Había un jardín selvático atiborrado de flores, pájaros, bichos, árboles y plantas que se apoderaban de las paredes. Los taxos trepaban por los altos muros frontales que custodiaban mi mundo, junto a un gran portón.
Era un plácido edén hasta que a los guambras del barrio se les ocurría robarse los taxos. La encantadora dama, de repente, se convertía en un vendaval. A bastonazos los echaba, furibunda. Los chicos escapaban para agruparse y cantarle, a voz en cuello, “La mama Miche, la hora exacta.
La mama Miche, la hora exacta”. Regresaba pálida de la agitada persecución. Para calmarse, iba directo a los toneles de Mallorca Flores de Barril. Se tomaba un trago de un sorbo. Respiraba hondo y retomaba su candor.
Fuera de ese mundo y no tan lejos, estaba la laguna de La Alameda que, entonces, tenía patos. En una canoa, papá, mamá y yo éramos la Sagrada Familia en nuestro amado Quito.