Como un tablero de ajedrez. Así fue trazada Quito luego de la fundación española en 1534. Las litografías levantadas entre ese año y 1888 dan cuenta de la Plaza Grande, La Catedral, el Palacio de Gobierno, etc., como el centro del damero, a partir del cual se extendió la ciudad. El Centro Histórico, desde entonces, no solo evoca a edificaciones monumentales, sino también a libertad, canelazos, diversión y sal quiteña.
Todo depende de los ojos con los que se mire. Para los adultos mayores el lugar simboliza el recuerdo de una ciudad que desapareció y para los jóvenes un sitio de relax. Este Diario puso en contraposición esas dos visiones.
Sentado a un costado de las jardineras de la Plaza de la Independencia, Carlos Muñoz, de 78 años, rememora que el Centro Histórico fue el sitio en dónde compartió los mejores años de su vida, junto a las jorgas que se reunían en la esquina de las calles García Moreno y Oriente, para “fregar” y coquetear con las guambras, pero “siempre con respeto”.
“Yo vivía en la Loma Grande y todos los jóvenes de la zona nos conocíamos y nos juntábamos. No había peligros y todos éramos sanos. Era otro Quito”, comenta Muñoz, jubilado.
La Plaza Grande era el sitio predilecto de los jóvenes en donde se solían reunirse para conversar sobre las novedades en el trabajo o el colegio, pero con una pizca de exageración para reírse. Así lo afirma Víctor Tobar, de 82 años.
Una práctica que según cinco estudiantes de la Universidad Católica se sigue haciendo, pero en la calle Morales, más conocida como La Ronda. El sitio albergó a la generación de poetas y bohemios de los años 30 y hoy es un centro de esparcimiento con arte callejero, museos, bares, karaokes, etc.
“Cuando vamos al Centro es a La Ronda, porque es un sitio súper chévere en donde todos los días se ven diferentes artistas. Uno se puede tomar un canezalo, comer algo o pasar un buen momento entre amigos, sin que esto implique estar en una discoteca o embriagarse”, asegura Miguel Albuja, estudiante de Psicología.
Algo similar opina Sebastián Pabón, de 20 años, quién además opina que las plazas del Centro son sitios para salir con la familia o para hablar de historia, en especial con un amigo extranjero.
Tobar opina que el Centro Histórico es el símbolo de la quiteñidad, no solo por la historia que guarda, sino también porque ahí fue donde nació la sal quiteña. Él recuerda que hace 70 años, los niños y jóvenes solían llegar a la Plaza Grande para escuchar los chistes que inventaban los quiteños.
“El Centro son nuestros recuerdos, es un sitio que nos regresa a aquellos bellos momentos cuando éramos jóvenes e íbamos a tomar café en el restaurante Italia”.
Los recuerdos también pesan en la mente de uno de los estudiantes universitarios, quien es el único del grupo que no solo frecuenta La Ronda. Francisco Álvarez, de 21 años, comenta que desde niño iba con su abuelo a cortarse el pelo en la García Moreno o tomar helados en San Agustín.
“Ahora lo sigo haciendo, pero con mi novia. A mí me encanta el Centro porque aquí nació Quito y viví experiencias muy lindas con mi abuelito”, asegura.
Muñoz saluda con uno de los 15 adultos mayores que ocupan las bancas de la Plaza Grande y entre risas señala que pese a que el Centro se ha llenado de turistas, vehículos y comercio, es su casa.
Lo mismo piensa Ángel Vizcarra, quien sostiene que el lugar es la base de la nacionalidad ecuatoriana, en donde se han desarrollado actos históricos en busca de la libertad y la democracia. Además, “es un sitio en el que se mantienen las bases culturas”.
Los jóvenes y los adultos mayores coinciden en que, pese a que el Centro Histórico ha dejado de ser el principal sector residencial, es un lugar para compartir entre amigos y con la familia. Las plazas o La Ronda encierran esa magia, solo posible entre las calles estrechas y conventos de esta ciudad.
Punto de Vista
Ángel Jácome / Arquitecto urbanista
El Centro Histórico se hizo turístico luego del Fonsal
En los años 70, con el boom de la arquitectura, la tendencia en los centros históricos fue destruir las estructuras antiguas, pero Quito tuvo la fortuna de mantener las características. Sin embargo, lo que se hacía era mantener las fachadas y reconstruir el interior de las casas para hacerlas más rentables.
En 1987 se creó el Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural (Fonsal) para que trabaje en la restauración, conservación y mantenimiento del patrimonio de Quito; es decir, para mantener la fachada y los interiores. El Centro visualmente fue más atractivo y el sector fue mejor cotizado, vinieron los hoteles y el turismo.