Calles Cuenca y Sucre. Iglesia y convento de San Francisco, miércoles 07:40. La primera misa por el inicio de la Cuaresma está por terminar. Unas 300 personas están en la iglesia. Algunas están sentadas, otras permanecen de pie a los costados y en la entrada del templo.
Adolfo Cevallos, de 70 años, está sentado en la sexta banca. Escucha con mucha concentración lo poco que resta de la ceremonia. Un grupo de fieles camina hacia el altar y hace fila para recibir la ceniza, antes de que termine la eucaristía.
Luego de que el padre da la bendición, Cevallos se pone de pie, se coloca su sombrero negro y el periódico bajo el brazo. Camina a paso lento hasta llegar a la fila. “Aquí nos ponen la cruz”.El sacerdote sujeta un pocillo de cristal del que toma la ceniza. Cevallos está detrás de unas 50 personas. Despacio, pero a ritmo constante, la gente avanza, hasta que le toca el turno. Le ponen la cruz, se santigua, da media vuelta y camina hacia la puerta. “Para mí, la cruz es lo que dice en la Biblia: polvo eres y al polvo volverás. Es algo en lo que siempre he creído. Todos los años vengo para que me pongan la señal”. Llega a la puerta, se pone el sombrero y va a la plaza.
En los siguientes cinco minutos, la gente sigue entrando y saliendo de la iglesia. Unos llegan con prisa, abriéndose lugar entre quienes ya tienen la ceniza en su frente. Teresa Alvear, de 48 años, es una de ellas.
“Vengo corriendo a ponerme la cruz, antes de ir a trabajar. Para mí, es una época de sacrificio, de penitencia. Me siento con más fuerza y ganas”, cuenta con tono agitado. Se forma en la fila, le colocan la cruz y sale con la misma prisa con la cual llegó.
A las 08:20, a cuatro cuadras al oeste de San Francisco, en la iglesia de Santo Domingo también hay movimiento. Un olor a palo santo se advierte al subir las tres escaleras de piedra.
El templo está lleno. Hay unas 500 personas escuchando la misa. Personas de la tercera edad, adultos, bebés y jóvenes de tres colegios del sector, San Fernando, Isabel Tobar N°1 y Santa Mariana de Jesús, copan las bancas.
Érica Estrada, de 15 años, estudiante del Colegio Isabel Tobar, está sentada junto a sus compañeros de curso. Espera el final de la misa para que le pinten la cruz. “Es un símbolo muy importante, es la señal de Dios”.
En el transcurso de la celebración, hay personas, que en medio de la liturgia, se dirigen a la Capilla del Rosario, que está dentro de la iglesia, cerca del altar. Ahí, seminaristas de la Orden Dominica ponen la ceniza a los fieles, que no quieren o no pueden escuchar misa.
Luis Olmedo, de 68 años, está en la capilla. Permanece sentado en una de las bancas con su nieta Kaila, de 3 años. Ambos llevan una cruz en la frente.
Su mujer, María Tobar, de 79 años, está en la fila, junto a otras 30 personas, esperando su turno para recibir la ceniza. “Esta creencia se la pasamos a toda la familia, por eso cada año traigo a mis hijos y a mis nietos”, dice Olmedo, con una amplia sonrisa.
Cuando la misa termina, la estudiante Estrada se acerca al altar. El sacerdote, con un pocillo y un corcho con una cruz tallada, le coloca el símbolo.
A las 10:00, en el norte de la ciudad, en la avenida América y Mariana de Jesús, en la iglesia de La Dolorosa, los estudiantes del Colegio San Gabriel atienden a la ceremonia. Muchos de ellos ya tienen la cruz en su frente.
La iglesia está completamente llena. Son cerca de 1 200 alumnos. “Aquí están estudiantes de 12 cursos”, cuenta uno de los profesores que está sentado cerca de la puerta.
Christian Guamán tiene 17 años. Él cursa el quinto año. Guamán cuenta que la cruz que se pone cada año es para acordarse de una época especial. “Es el tiempo que hay que reflexionar sobre Dios con detenimiento. La cruz representa nuestro vivir”, dice el estudiante.
Con la colocación de la ceniza empezó la Cuaresma. Los fieles empiezan a prepararse para la tradicional procesión de Semana Santa, todo un ritual de sacrificio y expresión de fe que se realiza en el Centro Histórico.