La celebración de la Semana Santa en Quito se relaciona con las políticas de los gobiernos de turno. La historia de la ciudad indica que después de la fundación, la reina Isabel ordenó en 1536 que se envíe desde Roma un obispo al territorio quiteño para que celebre las procesiones. Con ello la Corona buscaba “generar reconocimiento político y religioso”, señala Silvia Herrera en la Revista de investigación Dialnet.
La celebración tuvo su transición desde la conquista española al coloniaje. Posteriormente, durante la República, fue eliminada y reapareció nuevamente. A lo largo de ese periodo hay ritualidades que hasta la actualidad se han conservado como los simbolismos de la Colonia: cruz, Cristo, cucuruchos, etc. “Lo que ha cambiado es el ambiente“, explica el cronista de la ciudad Juan Paz y Miño.
El Historiador se refiere a que hasta 1961 los rituales católicos eran muy tradicionales y se practicaban en la ciudad durante Semana Santa. Algunos los recuerda Sofía Martínez, residente del barrio San Diego. Ella narra que cuando era niña -en 1980- sus abuelos le prohibían reírse o jugar con sus amigos. “No nos dejaban hacer ruido, pues consideraban que era una ofensa ante el dolor que padeció Cristo. También ciertos quehaceres domésticos se evitaban, como lavar la ropa o barrer las casas en Viernes Santo”, cuenta.
El Archivo Metropolitano de Historia de Quito expuso otras prácticas que eran comunes en los hogares quiteños que se imponían los fieles de la época. Algunas se relatan en el libro El Panecillo, Memoria Histórica Cultural.
La tradición en los hogares
Tradición en la casa
Los abuelos solían castigar a sus hijos y nietos aconsejándoles para que no sean malcriados y se porten bien con sus padres.
Renuncia
Se acostumbraba a no comer carne cada viernes, después del Miércoles de Ceniza.
Creencias
Era prohibido bañarse porque se creía que si se bañaban, se convertían en pescados.
Aunque han perdido su rigurosidad, otra de las características de la práctica católica quiteña que se mantiene es “el mensaje religioso de sacrificio con las penitencias”.
Las más comunes se ven sobre todo durante las procesiones, donde los fieles cargan cruces, se cubren de espinas o caminan con cadenas. Según el cronista, las penitencias más fuertes eran las de la Santa Marianita de Jesús, la azucena de Quito. De ella, “se conoce que hasta usaba un chaleco con espinas, lo cual no concuerda con la época actual”, indica.
Pese a la tradición, en la historia de Quito desde 1971, se nota un cambio radical en la celebración de la fiesta religiosa. La práctica contemporánea es más laica o se reduce por el cambio de religión.
[[OBJECT]]
De su análisis, Paz y Miño dice que actualmente “importa más el trabajo, los estudios, la profesionalización de las personas, lo cual modifica el comportamiento religioso. Hay una transición, como en las penitencias que ya no son sacrificios, sino que se las realiza por agradecimiento y alivio”.
El apego a la religión se reduce, pero la población sigue aumentando, añade el historiador. Esto hace que aunque los católicos son menos, “las procesiones siguen siendo numerosas“.
De acuerdo a un estudio de la Corporación Latinobarómetro que publicó la agencia Ansa, la disminución del catolicismo en los países es mucho menor de lo imaginado. Entre 1995 y 2014, las personas que se declaran católicas en los 18 países de América Latina disminuyen del 80% a 67%, siendo Paraguay el que concentra el mayor número de católicos, con un 88%; seguido de Ecuador (81%).