La Semana de la Movilidad, cuyo propósito es incentivar el uso de medios alternativos para movilizarse, culmina en Quito, una ciudad con un parque automotor de 450 000 vehículos y con dos sistemas de transporte público.
Uno a cargo de cooperativas privadas y otro, administrado por el Municipio bajo la modalidad de corredores. Según Carlos Poveda, gerente de la Empresa Municipal de Pasajeros, cada día, por los corredores viajan 750 000 personas. Hay gente que ha dejado a un lado el auto, para trasladarse en bicicleta o a pie. Es parte de su filosofía de vida no utilizar el vehículo.
Para quienes han optado por la primera alternativa, la ciudad cuenta con 64 kilómetros de ciclovía.
Según el Municipio, el 74% de la población usa transporte público y el 26%, auto privado. Hay 14 000 usuarios diarios de bicicletas en las diferentes ciclorrutas. Se suma el sistema Bici Q, en el que se movilizan unos 600 viajes diarios. Cuenta con 425 bicicletas y 21 estaciones.
En esta semana se han cumplido varias actividades para incentivar la movilidad alternativa. Una de ellas fue el bicibus, que reunió a jóvenes del sur de la ciudad. Para mañana está previsto un programa en el bulevar de la 24 de Mayo. Se presentarán artistas y habrá premios.
La bicicleta es parte de su vida y de su convicción
Bicicleta, Roberto Villalba es ciclista y ha optado por evitar movilizarse en auto.
Una bicicleta, casco, una mochila, agua y un poncho impermeable son el equipo de Roberto Villalba para movilizarse en Quito.
Aprendió a montar bicicleta a los 5 años, pero no pasaba del parque o del patio de la casa. Ahora, él recorre toda la ciudad.
Libertad y rapidez. Así describe el joven de 23 años el viajar en el vehículo de dos ruedas. A los 18 años, Villalba recibió su actual bici como regalo de Navidad. Sin embargo, los viajes arrancaron cuando empezó a estudiar Economía en la Universidad Católica. De eso, han pasado casi cinco años. “Mi hermano menor me motivó, él fue el primero de la casa en viajar en bicicleta”.
Ocho minutos desde su vivienda en La Floresta hasta a la facultad. En bus no le llevaba menos de 20 minutos. “Prefiero no depender de si llega o no el bus y luego tener que ir aplastado entre tanta gente”.
Es más rápido y lo ha comprobado. Entrena capoeira en el parque La Carolina y siempre va en bicicleta. La semana anterior, se le ocurrió ir en el auto de sus padres. Generalmente, en la bici me demoro siete minutos desde mi casa. “Ese día, salí a las 17:45, eran las 18:30 y no podía avanzar. Nunca llegué a la clase”.
Las av. 12 de Octubre y Veintimilla no son el límite para este joven, se traslada hacia todos los puntos de la ciudad. Prefiere hacerlo hacia el norte hasta la av. Río Coca y hacia el sur hasta el Centro Histórico.
Cuando de salir con la novia se trata, tampoco es indispensable el auto. Con un poco más de esfuerzo para pedalear, lleva a su pareja en la bicicleta. Pero Villalba no se ha librado de la delincuencia. Hace un mes y medio le robaron su vehículo. “Para colmo era el de mi hermano”, comenta.
Además, el bolsillo no sufre. Un abc a la bici, una cadena nueva, no más de USD 60 al año. Es todo lo que gasta.
Eso, mientras hace cuentas y reconoce que ya no recuerda cuánto gastaba en pasajes. “Una bicicleta buena y no tan cara cuesta entre USD 350 y USD 450”.
Prefiere ir a pie para disipar y no contaminar
Caminar, Charu Agea vive en Quito desde hace 21 años y se traslada por la ciudad a pie.
Se rehusa a comprar un vehículo, le desespera ver a una sola persona viajando en un auto y no está dispuesta a contribuir a contaminar el planeta. Es Chari Agea, una española de 45 años, quien desde hace 21 años vive en Quito y va de un lugar a otro caminando.
“Mi opción nunca ha sido ni será comprar un carro”, dice la mujer. Ella vive en la calle Carvajal, en el sector de Las Casas. Desde ese punto, sale a recorrer, cada día, las avenidas de la ciudad.
“Hay que madrugar un poco más y se puede llegar a tiempo a cada actividad”, recomienda. A las 06:30 ya está en marcha hacia la calle Paúl Rivet. La cuesta hasta llegar al sitio -donde hace yoga- no le asusta. “Uno se cansa más, pero no pasa de ahí”.
“Hace más de 10 años que la congestión en la ciudad es tenaz. Al viajar en auto o en bus, la vida se pasa más rápido”, dice Agea. Ella cuenta que no usar carro es una cultura familiar: su esposo camina y el mayor de sus dos hijos se moviliza en bicicleta.
El único inconveniente es el esmog. Sin embargo, para eso ella tiene trazada rutas alternas. Para ir a Santa Clara, por ejemplo, en lugar de caminar por la av. América, prefiere cruzar por la Universidad Central. En la noche, por seguridad, la opción es ir por donde hay más gente.
Para los amigos de Agea, ella es una especie de mapa, a quien llaman en caso de no encontrar una dirección.
Recibe a estudiantes norteamericanos en su vivienda. “Para ir a retirarlos del aeropuerto, sí tomo el metrobús”, asegura.
“Cuando se camina se puede conocer detalladamente la ciudad, apreciar los detalles de su estructura. También en las horas de congestión se ahorra tiempo”, apunta. En horas pico, cruzar la av. Colón, toma al menos 30 minutos. Para Chari, como la conocen, el viaje no pasa de los 20.
Caminar no es la única práctica para cuidar el ambiente, ella dicta talleres sobre huertos urbanos.
Luego de la caminata, al llegar a casa, los zapatos se quedan en la puerta.