Un joven acomoda la punta del pie en la grada de un bus. Pide a la gente que le haga un espacio, pero es imposible. Un policía se acerca y le dice: “señor, se va a caer. Bájese, por favor”. El joven ríe, da un empujón y se acomoda mejor. “¿Ve? Sí entro”. El controlador del bus agrega: “tranquilo, jefe. Yo le atranco aquí. No se cae nada”.
Esta escena es común en la parada de la Panamericana Norte y padre Luis Vaccari, en la salida de Carapungo. Aunque por ahí pasan decenas de buses hacia el sur, no abastecen la demanda, según el mayor Édison Shive, jefe de Tránsito de Calderón.
42 uniformados trabajan en Calderón, Carapungo, Llano Chico y Llano Grande. Ayer, cuatro de ellos intentaban dirigir el tránsito en esta conflictiva parada. Sin embargo, personas de toda edad -incluso mujeres embarazadas o con bebés- no medían el riesgo de subir a un bus con exceso de pasajeros. Uno de los policías comentó que los choferes alegan que son buses tipo y por eso lo hacen.
El policía dice que de 07:00 a 07:45 hay más demanda. Pese a la orden de cerrar las puertas, los choferes avanzan un poco y las abren, para recoger a más gente.
Por eso, Wilo Robalino sale de su casa en la vía a Marianas a las 06:30, para llegar a su trabajo en el sector de El Labrador a las 08:00. Él cree que para mejorar la movilidad en Calderón es necesario habilitar más vías y buses.
La alternativa de algunos vecinos es tomar dos buses. Ayer, David Andrade subió a un bus desde la Etapa E de Carapungo hacia la Panamericana. Allí abordó otro.
El panorama es distinto en calles interiores de Carapungo y de Calderón. Allí, la gente no necesita de policías para organizarse. En una parada para alimentadores del Trole y del Corredor Central Norte, unas 50 personas esperaban el transporte en dos filas. Cuando llegó la unidad, embarcaron despacio y en orden.
Gabriela Urrutia y Paulina Paladines se dirigían al Trole. “Aquí no tenemos problemas, pero cuando se llega a la estación es terrible. Ahí no se respeta nada. Al regreso, en las tardes, es peor. Los buses se demoran y es un caos”.
Ellas viajaron sentadas. Pero en el camino hubo aglomeración. Cuando el bus llegó a la Panamericana era muy difícil subir y bajar. El controlador corría a la puerta de atrás para cobrar pasajes y luego se trepaba por adelante.
Por esta vía pasan buses de las cooperativas San Juan, Calderón, Guadalajara, Transporsel, Semgyflor, entre otras. Van hacia La Marín y las avenidas 12 de Octubre, De los Shyris, Versalles…
Según la Empresa Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas, 142 buses están registrados para el servicio en esta zona, entre convencionales, alimentadores, intra e interparroquiales.
Según Shive, el trabajo del personal policial se enfrenta con el apuro de las personas que quieren llegar a Quito lo más pronto posible. “Buscamos que los buses salgan con el menor riesgo para el pasajero, para evitar accidentes de tránsito, pero a esa hora hay mucha afluencia vehicular, porque hay una sola salida de Carapungo. En horas pico pasan no menos de 5 000 vehículos, también provenientes de Guayllabamba, Cayambe o Ibarra”.
Allí hay saturación porque está cerca la intersección con la av. Simón Bolívar, que conecta a esta zona con el sur, el centro y los valles de Tumbaco y Los Chillos.
Ante la saturación, algunos vecinos crearon una cooperativa de taxis informales. Según César Recuenco, son 60 socios y al menos 100 carros de apoyo. Llevan cuatro personas, cada una paga USD 1. Gabriela Guerrero usa este servicio porque siente que viaja más cómoda y segura. Además, según sus cálculos, ahorra al menos 40 minutos en los traslados.