Regreso de los bomberos de Quito que ayudaron en las tareas de rescate por el terremoto en la costa ecuatoriana. Foto: Eduardo Teran / EL COMERCIO
Los bomberos de Quito que permanecieron durante seis días en la zona afectada por el terremoto del 16 de abril estuvieron expuestos a sentimientos encontrados.
Durante las tareas de búsqueda y rescate sintieron la adrenalina al tope y emoción por salvar una vida; pero también hubo dolor, impotencia y tristeza por las víctimas que dejó este hecho.
El esfuerzo de 225 bomberos se enfocó en Manta y Pedernales, en la provincia de Manabí.
Hace ocho días, ambas ciudades se encontraban desoladas, en escombros. Entre los montículos de piedras y pedazos de hormigón se hallaban algunas personas -que sobrevivieron al sismo- buscando a sus familiares.
Gritaban e intentaban remover los restos de las construcciones, recordó el bombero Juan Carlos Ganchala.
Ante estas escenas, los uniformados debieron tomar el control y evacuar a los ciudadanos hacia un lugar seguro.
El movimiento inapropiado de las piedras, por parte de la gente, representaba un posible riesgo para las personas vivas que estaban atrapadas entre concreto, maderas, hierros…
En Manta, las labores se enfocaron inicialmente en el centro comercial Felipe Navarrete, ubicado en la parroquia Tarqui.
Era una zona de afluencia masiva parecida a la Ipiales del centro de la capital. Pero estaba demolida. En este sitio, precisamente, Bomberos Quito realizó el primer rescate.
Mientras un hombre gritaba el nombre de su hija: “Paola, Paola” desde los escombros se escuchó la voz de una mujer: “No soy Paola, soy María”.
Personal del Cuerpo de Bomberos se logró comunicar con ella.
María, de 40 años, estaba a unos 10 metros de profundidad. Al principio la labor parecía difícil, pero no se rindieron. Le dieron una linterna para orientarse y con instrucciones salió luego de haber estado atrapada más de 12 horas.
“Las vidas recuperadas no tienen precio”, sostuvo Ganchala.
En total, la entidad rescató a 99 personas con vida; 98 en Manta y una en Pedernales. Cada una significó una gran alegría para el equipo. Pero también hubo escenas duras.
En Tarqui, un hijo permaneció “hasta el último” al pie de los escombros de una edificación para recuperar el cuerpo de su padre, un vendedor de camarones.
Este fue uno de los 164 fallecidos encontrados por los bomberos de Quito.
Los cuerpos, inicialmente, estaban expuestos. Héctor Jacho, a cargo del equipo que fue a Pedernales, tiene en su memoria la imagen de decenas de personas sobre el césped del estadio de la localidad. Cerca de ahí se instaló inicialmente el campamento de trabajo.
Eran adultos, jóvenes, y niños. “Los pequeños tenían aún una vida por delante (…) Ya no me quiero acordar”.
En medio de esta situación adversa, los bomberos recibieron gestos de solidaridad.
Las personas que se encontraban en la zona compartieron sus alimentos con los rescatistas. Jacho recibió incluso chocolates, pero él prefirió darles a los niños que estaban cerca.
Eber Arroyo, comandante del Cuerpo de Bomberos Quito, explicó que se trabajó en la búsqueda y rescate durante 96 horas seguidas, a pesar de que la normativa internacional establece, máximo, 72.
En el momento del regreso, un bombero de Manta le dijo llorando a Arroyo: “Mi comandante, no nos abandonen”.