Para mí, colocarme el casco es como abrochar el cinturón de seguridad para un conductor de vehículo. Puede salvar vidas. Un par de guantes, un pantalón cómodo y un buzo de manga larga son suficientes para salir a pedalear por la ciudad. También una mochila para llevar lo necesario y hacer un mapa mental de la ruta.
Ayer en la mañana, el sonido de los motores de cientos de autos en movimiento era parte del murmullo cotidiano de la ciudad. Desde las bicicletas ese sonido es más fuerte. En el redondel de la Atahualpa, en el sur, la mayoría de carros ingresaba y salía de la rotonda sin encender las luces direccionales. Eso dificulta al ciclista ingresar a la circulación de un redondel.Antes de aventurarme en la rotonda, una mujer ingresó en bicicleta al redondel por la calle Michelena y tomó el carril derecho. En la parte delantera de su bici llevaba un cesto con productos.
Aproveché la oportunidad y avancé hasta ingresar al anillo vial, justo detrás de ella. Se desvió hacia la av. Teniente Hugo Ortiz.
Mi ruta me condujo por la av. Alonso de Angulo. La bicicleta no tiene luces direccionales, pero levantar el brazo, del lado del que se va a realizar un giro, es una advertencia para los conductores.
A las 10:00, la avenida 5 de Junio tiene poco tránsito. Hasta la Francisco Barba se transita rápidamente. Desde ahí empieza la primera cuesta de la singular configuración topográfica de la ciudad.
Agarrado al manubrio, los baches de la calzada se ven más de cerca y el peligro se siente con más intensidad. Al esquivarlos, se corre el riesgo de que el carro que va por el otro carril se vaya encima. En las subidas, los músculos se tensan con cada pedaleada, la respiración es agitada y las pulsaciones se aceleran.
Algunos choferes que pasan por mi izquierda hacen sonar el claxon como advirtiendo su presencia. En la mayoría de autos viaja solo un ocupante. A las 10:15, todos los conductores forman una columna que no avanza hasta que cambie a verde la luz del semáforo, en la esquina de la calle Francisco Quijano.
El ancho de la vía todavía permite avanzar por el costado derecho. Cruzo el semáforo en rojo, sabiendo que es una infracción y un riesgo de seguridad. Muchos ciclistas lo hacen. Algunos choferes también. La infracción no se justifica. Es un mal hábito.
El tránsito avanza lento por la calle Venezuela. Sigo la vía detrás de un bus de la cooperativa Quitumbe. Mala idea. Cuando el automotor reinicia la marcha, el humo del escape golpea mi rostro.
Me detengo en la acera y espero que el bus se aleje para continuar el trayecto. Tengo en las fosas nasales una sensación picante.
Avanzo, esta vez por la acera, entre la calle Rocafuerte y Bolívar. Los peatones miran desconfiados, unos siguen su camino y hay que rodearlos, otros se detienen hasta que la bicicleta pase.
La acera se hace más angosta. Regreso a la calzada aún por la Venezuela. Bajo en contravía por la calle Olmedo. El policía que regula el tránsito en la Guayaquil me ve, pero no hace ninguna advertencia. No hay vías exclusivas para ciclistas que atraviesen el Centro Histórico de Quito.
Llego a la calle Montúfar y sigo por la vía del trole. A las 10:25 llego al parque de La Alameda. Se ven algunas señales que indican una ciclorruta, que termina en el extremo norte del parque.
Por la Luis F. Borja se llega al parque El Ejido. Ahí reaparece la ciclorruta. Un corredor bien señalizado atraviesa el espacio verde. En el interior, el ruido del tránsito se atenúa, al igual que el olor a diésel y gasolina. Circular por allí es más seguro.