La entrada de la calle James Colnet, tercera etapa del Quito Tennis, tiene una puerta de hierro verde de 6 metros. Es para impedir el paso de personas y vehículos extraños. Jorge Valverde (55), guardia de seguridad que cuida el lugar desde hace tres meses, pide a quienes llegan de visita dejar una credencial para poder ingresar.
En la calle James Colnet, que no tiene salida, residen 60 familias. Carmen Cadena, moradora del sector desde hace 28 años y miembro de la directiva del conjunto, explica que la medida de restringir el acceso a los extraños fue tomada hace un año. La razón: los constantes atracos que vivieron los vecinos. “La falta de seguridad nos ha obligado a vivir enjaulados como pájaros”.
Cadena asegura que con la colocación de la puerta y la presencia de un guardia privado las 24 horas se han contrarrestado los robos. “Los automóviles de los moradores permanecen toda la noche afuera, sin ningún problema”. Mensualmente, cada familia paga USD 60 a la compañía de seguridad que ofrece el servicio.
La misma iniciativa aplicaron los moradores de Solanda, quienes han cerrado los pasajes con puertas de hierro, a las que incluso les han añadido alambres de púas en la parte superior.
Colombia Carillo, residente del barrio desde hace 25 años, sale de la manzana M del sector 3 con destino al mercado. Antes de irse pone seguro en la puerta. “Aquí había mucha delincuencia, los chicos y borrachos venían a drogarse y a tomar en el parque”. Por esa razón, hace 10 años, las familias que viven en la manzana M decidieron colocar puertas en los cuatro accesos que tiene el lugar.
Los moradores que habitan en el sector deben cumplir ciertas reglas. Llevar siempre sus llaves para ingresar, porque las puertas deben estar aseguradas, y pedir que las visitas los llamen antes para salir a abrirles el portón.
La gente ajena está impedida de entrar. Quien lo hace corre el riesgo de llevarse una mala experiencia, como le sucedió hace seis meses a Paulina Lema.
“Me quedé encerrada con mis hijas. Entramos al parque, porque la puerta estaba abierta, pero nos aseguraron. Tuve que esperar media hora para salir”.
En el norte, en la urbanización El Labrador, los 135 vecinos se organizaron también hace dos años para cerrar los dos ingresos que tienen. Colocaron dos puertas grandes de hierro y contrataron cuatro guardias de seguridad. Dos para el día y dos para la noche. Constantemente, los uniformados hacen sonar una bocina para indicar que están vigilando. Mensualmente, por este servicio cada familia paga USD 25.
Marcelo Menéndez, morador del sector desde hace 34 años, comenta que la decisión la tomaron porque antes en el parque del lugar se producían varios incidentes. El sector era muy peligroso. Ahora hay un cambio evidente. Los juegos infantiles están pintados y en buen estado.
Carlos Rodríguez, guardia de seguridad del lugar, vigila que las personas y carros que ingresan al sector sean conocidos. En los autos se ha colocado un adhesivo verde para identificarlos. Los que no pertenecen al sector o llegan de visita deben anunciarse con él y dejar una credencial.
En Ponciano Alto, en la calle Real Audiencia, sus habitantes optaron por colocar cercas eléctricas en los frentes de sus casas. Rótulos pequeños amarillos ubicados sobre los alambres advierten que hay peligro.
Ana de Zapata, residente del sector desde hace 30 años, comenta que puso la cerca hace cuatro años. Su casa es de un piso y tiene dos locales comerciales. En todo el frente invirtió USD 800. “En tres ocasiones, los antisociales intentaron meterse y las cercas eléctricas en algo ayudan”.
La ferretería que atiende Zapata tiene también rejas metálicas, que impiden un contacto directo con los clientes. “Antes los delincuentes se saltaban los mostradores para llevarse las cosas”.
En otros sectores del norte como La Baker, La Kennedy y Las Acacias es común ver casas, instituciones educativas o locales comerciales con cercas eléctricas.
Según el Observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana (OMSC), las denuncias por robo o hurto a domicilios en Quito, en enero pasado, llegaron a 155. Son 11 menos con relación a enero del 2011.
En tres de las ocho administraciones zonales, las cifras de robos a domicilios subieron. En Calderón, Los Chillos y en la zona Eloy Alfaro se registraron más denuncias. Por la calle James Colnet, el tránsito de personas es reducido y hay poco bullicio. Para la vecina Carmen Cadena, la puerta pública no es suficiente. También instaló una cerca eléctrica en su casa.
Puntos de vista
Ricardo Camacho, analista
‘La gente se amuralla por desconfianza’
Una de las causas para recurrir a este tipo de medidas es la desconfianza en las entidades encargadas de proporcionar seguridad a la ciudadanía. Es positivo que la comunidad se una para contrarrestar la inseguridad, pero amurallar sus barrios es gravísimo, porque pierden el contacto con el resto de personas. Tal vez con este tipo de acciones se puede crear una esfera pequeña de confort y tranquilidad, pero no pueden considerar que están a salvo de la delincuencia. Con estas medidas, la gente tendrá una percepción de seguridad, aunque tendrá miedo de salir de su casa.
Daniel Pontón, analista
‘Estas medidas aíslan a la gente de la sociedad’
La colocación de puertas en los pasajes, las cercas eléctricas en las casas y la contratación de guardias de seguridad privados es consecuencia del ambiente actual de inseguridad y riesgo que vivimos. Aunque estas medidas no contribuyen a la construcción de seguridad integral ni a la convivencia ciudadana.
Al generarse estas barreras, la gente que vive en esos sectores se aísla de sus semejantes y se produce un sentimiento de desconfianza del resto de personas y la confianza es el elemento más importante para formar una sociedad unificada. Además, la adquisición de los implementos de seguridad no garantiza que una persona se sienta más segura.