Un banco frena el desperdicio de alimentos en Quito

El Mercado Mayorista es una de las entidades que colabora con el Banco de Alimentos. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

El Mercado Mayorista es una de las entidades que colabora con el Banco de Alimentos. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

El Mercado Mayorista es una de las entidades que colabora con el Banco de Alimentos. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Las secuelas que le dejó un accidente a Manuel Chicaiza lo llevaron al límite de la desesperación. Trabajaba en una empresa de seguros médicos cuando el golpe que sufrió le dejó una discapacidad del 60%. Escucha con dificultad, no siente sabores ni olores. Tampoco puede hacer grandes esfuerzos.

Sostener a su familia formada por hijas de 18 y 19 años y un niño de 3 fue siempre su prioridad. Cuando su esposa le contó que en Quito había un Banco de Alimentos, decidió ir.

Allí compra cada mes productos a un costo del 10% de su valor comercial. Por un promedio de USD 100 al mes, lleva a su casa vegetales, salchichas, carne, fideos, leche y otros productos aptos para el consumo humano. La diferencia con lo que hay en supermercados y tiendas es que en el banco se ofrecen ítems con defectos en el empaque o cuya fecha de caducidad está próxima.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), la comida que no se consume emana 3 300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero.

De los 1 300 millones de toneladas de alimentos que se desperdician en el mundo, el 6% es de América Latina y el Caribe. Eso alimentaría a 300 millones de personas.

El Banco de Alimentos de Quito es uno entre más de 2 000 en el mundo y se fundó hace 16 años. En sus inicios, la ayuda llegaba a 300 personas. Ahora son 13 413. La mayoría recibe las raciones en 77 casas hogares, albergues, etc. Además, 655 familias hacen sus compras en el pequeño almacén del sur de Quito. La tienda no está abierta a todo el público. Para ser beneficiaria, la gente debe pasar por un estudio socio económico.

Solo en Quito se desechan más de 100 toneladas de alimento al día. El banco rescata apenas el 5%, según Alicia Guevara, presidenta de esta organización filial de la Escuela Politécnica Nacional.

Al menos 35 empresas e instituciones colaboran. Algunas, como Cordialsa, Toscana, Pronaca, Chivería, KFC, Moderna, o los supermercados de La Favorita, Santa María y Tía, donan productos. Estudiantes universitarios hacen pasantías y Conquito usa los alimentos que no pueden ser salvados como abono para huertos. La Fundaciópn Resol, en cambio, les entregó un camión, como premio por un concurso. El banco invita a más empresas y hasta a las familias a aportar.

Como un mantra, los voluntarios del banco repiten que allí nada se desperdicia y jamás se rechaza una donación. De las frutas demasiado maduras hacen mermeladas y de los huevos a punto de caducar, harina. Esta fue una creación de la planta piloto que permite que los huevos deshidratados y en polvo puedan refrigerarse por hasta 18 meses. Cuando en casa quieren un huevo revuelto, solo mezclan unas cucharadas de harina con agua, lo preparan al gusto y listo, ¡a comer!

Pablo Chicaiza estudia Administración Pública en la Universidad Central y llegó como pasante, pero luego se quedó como voluntario. Ayuda a mejorar procesos, racionalizar el tiempo y clasificar productos. Pero más allá del aprendizaje laboral, dice que lo más bonito es recibir a diario el abrazo agradecido de la gente que recibe aportes del banco.

El voluntariado se ha convertido en una especie de terapia para Blanca León, desde hace ocho meses. Pasa por una crisis que no le permite pagar por los víveres que necesita para ella y su hija. Se los gana trabajando en el banco y aunque debería hacerlo solo por un par de horas, se queda ocho. “El equipo humano que aquí trabaja se interesa por lo que a mí me pasa. Han aportado muchísimo en mi autoestima y siento que soy una persona útil que puede ayudar a los demás”, dice la mujer.

El camino para frenar el desperdicio es largo. Guevara explica que hay grandes empresas, principalmente transnacionales, que no donan porque sus políticas lo prohíben.

Las que sí donan, se ahorran USD 1 400 que cuesta incinerar una tonelada de alimento. Paúl Luzuriaga, coordinador general técnico de Emaseo, explica que las empresas deben contratar a gestores de residuos privados para eso. Pero, a veces, botan lotes pequeños de productos en los contenedores de la ciudad.

Otra fuente para el banco es el Mercado Mayorista. Cada sábado, los voluntarios piden puesto por puesto donaciones. En promedio, cada uno recoge 100 kilos de comida que alcanzan para 10 familias.

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