Quito significa muchas cosas grandes para mí. Es mi ciudad natal, me vio crecer y es donde actualmente desempeño la mayor parte de mis actividades.
Quito también acogió a mis padres, quienes al casarse hace 26 años decidieron cambiar su residencia: de Riobamba se trasladaron a la capital.
Pese a que en mi infancia pasé bastante tiempo con mi familia de Riobamba, el cariño que le tengo a mi Quito es incalculable. Mis recuerdos de la escuela, del colegio y de la universidad se mantienen imborrables junto con imágenes de una ciudad que cambia.
Recuerdo que antes, las vías no eran muy transitadas, especialmente, en el sector de Monteserrín, donde residí por 23 años. Se veían pocos carros y los niños podíamos tranquilamente sacar nuestras bicicletas para ir a pasear.
Ahora, cuando visito mi antigua casa, es casi imposible sacar el auto del estacionamiento en horas pico.
De igual manera, mi padre siempre comenta que al salir de la casa al trabajo tenía que transitar por la av. Eloy Alfaro, casi desierta hasta el sector del estadio Atahualpa.
Ahora, la avenida es muy congestionada. Ni en la madrugada dejan de circular carros. Han desaparecido redondeles y se han instalado semáforos, para controlar la circulación vehicular.
Quito se ha convertido en un centro de turismo muy concurrido de Sudamérica, en un ícono de la cultura y de las artes. Es un lugar muy pintoresco, donde la mezcla de las raíces quiteñas con las costumbres extranjeras ha creado una sociedad única y original que tiene mucho para ofrecer a propios y extraños.