5 años de vida colonial: Quito 1658-1663

Descifrar la vida de una ciudad colonial andina no es tarea fácil. Se necesita adquirir fuentes fidedignas y mantener un equilibro crítico para encontrar la estructura de las acciones humanas y de las instituciones sociales. Estas líneas se ven favorecidas por el Archivo Municipal de Historia que en 1993 editara ‘Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito de 1658 a 1663’ (Alcalde, J. Mahuad, Cronista de la Ciudad, Jorge Salvador L., paleografía, Judith Paredes Z., 512 pp.).

Es una edición excepcional por su cuidado, que revivía ante 20 años de pausa. Las Actas no dicen todo sobre el carácter hispano-quiteño de los súbditos, pues no había ciudadanía. Pero relatan acciones municipales, y obras que indican el estado de la urbe. Reparaciones de caminos, el cuidado de ejidos y montes. Cédulas Reales, nacimiento de príncipes, cobro de alcabalas y exhortaciones para “fiestas para los gloriosos santos”. Impresiona el consumo de carne vacuna, y porcina, que por décadas había sido un caos, por los abusos.

Se había disecado sin gran éxito los enormes lagos de Turubamba y Añaquito, al sur y norte, y se esforzaba para que no pastasen ni cerdos ni ovejas. El lado de Uyumbicho se llamaba El Monte, por la variedad de árboles para sacar madera y construir.

Amaguaña era el mejor granero de maíz. De los incas se volvía a usar la división dual: Hanansaya al sur y Hurinsaya al norte, estructura que servía ahora para el gobierno indirecto de la etnia dominada. Los caciques Hurinsayas eran: G. Chacha, de Tumbaco; Alonso Inga, de Sta. Prisca; J. Namiña, de Zámbiza; J. Quingalumbo, de Pomasqui y J. Guáytara de Cotocollao, “hurinsayas” (norte). En tanto que L. Ati, de Píllaro; C. Chitozumba, de Pansaleo, y F. Fernández, de Amaguaña, era “hanansayas” (sur).

Fue reorganizado el abastecimiento de carne, repartiendo por semana a cada proveedor, que pagaban una tasa para “pesar carne de vaca en las carnicerías de la ciudad”. La población, a nivel de proteínas, estaba bien nutrida por la baratura de las chuletas. En 1660, se dio la más violenta erupción del Pichincha de que se tenga noticia. No faltaban temblores y un terremoto.

Por 58 años se seguía celebrando a la Patrona de la Ciudad y de las erupciones, la Virgen de las Mercedes, pero se traía a la Virgen de Guadalupe (de Guápulo) por el exceso de lluvias. Se hizo una reparación de los caños de agua de la Chorrera a la Plaza Mayor; se mandó a reparar el “Socavón del Puente del Chiche” y el de Turubamba.

El 14 de mayo, de 1660, se remitía a España el producto de las Reales Alcabalas, unos 2000 pesos en moneda antigua. Y para los indios, el reparto como “mitayos de obras” a los quiteños.

En 1661 era cirujano de Quito Diego de Cevallos y en 1662, el Dr. Andrés de Torteli. Con tanto temblor, Quito estaba en ruinas. Se encargó al Hno. Marcos Guerra, arquitecto, reparar las Casas del Cabildo. La fiesta más señalada fue Corpus Christi, con toros, cajas y chirimías.

Encajonada entre verdes colinas, Quito dependía del campo casi para todo. Buscar leña, el humo de los hogares, acostarse temprano, el chisme y etiqueta de señoras y “llapangas” con pañoleta, el pulular de clérigos y la suma de monasterios, siendo española-indígena, era una urbe sumida en sí misma, no tenía cómo pensar en otras lejanías, aunque sabía que a Cartagena llegaba el contrabando y por ahí salían metales y joyas, para volver a empezar el andar de los siglos.

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