Este epígrafe parecería impensable de que pudiera ser planteado en el período colonial, por el hecho de que pocos o ninguno de los colonizadores se sintiera ligado al nacimiento de una urbe indo-hispana presta para expoliar, peor que la tomaran como símbolo emocional de su nuevo terruño, cuando solo importaba la extracción del oro y el trabajo de los colonizados.
Pero los hechos políticos y festivos de las ciudades quiteñas son a veces impresionantes. En los tempranos 1550-60 el conquistador y encomendero, Don Diego de Sandoval, pedía al Cabildo que se organizara “el aniversario de la toma y conquista de la ciudad” como indica el legajo 211 del Archivo de Indias.
Todo indica que la celebración se llevó a cabo aunque la ciudad no tenía Sello Real, porque a esa fecha Quito no era todavía Audiencia (1563). Por tanto, la celebración se dio en el sentido típicamente colonialista, el Cabildo conmemorando la lucha triunfal sobre la resistencia nativa que se opuso al avance sobre Quito, la “toma” del asiento enemigo: Quito de los incas.
En el Libro de Cabildos se alcanzó a registrar el asesinato de los últimos baluartes de la resistencia, comenzando por Rumiñahui, que tendría que recurrir al precavido refugio de los incas en territorio de los Yumbos.
“Conquista de la ciudad”: No fue el caso de bárbaros sobre Roma. Consistió en la adaptación cultural hispana de los elementos indígenas, entre ellos arquitectura y diseño inca-quiteño.
Sobre construcciones pre existentes, utilizaron sillares trabajados para cimientos y paramentos. Las siete tomas de “agua del inga”, se convirtieron en surtidores de las tres plazas y templos.
Las casas de teja tipo español medieval empezaron a surgir sobre alineaciones incas. El damero proto-hispano tuvo que acomodarse a las estrechas calles nativas.
Quito, así, era un asiento urbano no tan pequeño, y a la vez un centro ceremonial, siendo último hallazgo que en el espacio de la catedral estaba una especie de pirámide truncada llamada “usno”, sitio venerable frente al aposento de Atahualpa.
Alcanzaron a dividir la ciudad en dos partes, “hanansaya” y “hurinsaya”, y dar nombres quichuas a los cuatro cerros sagrados que recordaba el Cusco: Yavirac, Anahuarque, Cayminga y Huanacauri, que rodean todavía la urbe.
Con la idea de llegar a ser “otro Cusco”, según Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, que vivió en el cerro del Placer, la ciudad se dividía en tres plazas, una era “Catug-Pata” o “Cato”, convertida en la famosa de San Francisco, coronada por “muros inca”, según fray Jodoco Rike (1548), fray Fernando de Cozar (1647) y otros.
Las fiestas de Quito moderno, pues, han estado precedidas por anteriores ejecutorias, aunque siempre con el espíritu colonialista de ignorar a la civilización conquistada. Encontramos otra, en el legajo 145 AGI, “Fiesta para conmemorar la fundación de Quito entre 1735 y 1744”. Entonces nadie ha inventado nada. Solo que los futuros aniversarios no deben ser de disfraces de indios e indias, sino dar a ambas partes su autodeterminación cultural dentro de la pluralidad universal.