[[OBJECT]]Si en algún momento de su instrucción primaria o secundaria, especialmente a la hora del receso, usted mencionó o al menos escuchó pronunciar las expresiones: ‘yala’, ‘nola’, ‘te lo cambio’, ‘te lo vendo’; es posible que haya tenido contacto con el atrapante mundo del coleccionismo de cromos.
Esta afición, que se deriva de la recopilación de sellos postales, perdura a pesar del avance tecnológico y de la irrupción de nuevas formas de entretenimiento virtual. Contrariamente de lo que se cree, quienes dedican tiempo y dinero en completar álbumes no son solamente menores de edad. De hecho, como lo cuenta Galo Gallardo, estudiante de la Universidad de las Américas, la tradición se transmite de generación en generación.
En su caso, el acercamiento a los cromos fue gracias a su padre e inició con el álbum del Mundial de Fútbol de Francia 1998. A partir de ese ejemplar, ha completado todas las entregas de las diferentes copas del mundo. La satisfacción de tener el cuadernillo completo con los rostros de los futbolistas es su principal motivación. “Tener el álbum lleno es un recuerdo especial, como un trofeo que se guarda celosamente en casa”, dice Juan Carlos Terán, de 21 años, quien acude a diario al Centro Comercial Iñaquito después de sus clases de gastronomía.
En la segunda planta de ese recinto se ubica el principal sitio de encuentro de los aficionados a estos ‘stickers’. Todos los días, cientos de devotos se reúnen en la isla Panini con el objetivo de encontrar las figuras que no salen con frecuencia en los sobres. Desde adultas, como Isabel Tasintuña -de 49 años y enfermera de profesión- hasta niñas como Doménica López, interactúan y negocian las tan ansiadas láminas difíciles de obtener.
Incluso existen grupos de coleccionistas en redes sociales en los que se planifican los intercambios. Sin embargo, hay cromos que pocas personas tienen. Así lo cuenta Paúl Gangotena, quien solo necesita la ficha del jugador de la Selección de Bélgica, Vincent Kompany, para llenar su álbum. Pero llegar a ese punto, confesó, no fue una tarea sencilla. La inversión que realizó bordeó los USD 80. El joven también realizó depósitos en una institución financiera que forma parte de una sección especial del álbum. Al hacerlo, recibía dos sobres exclusivos.
Adicionalmente, desde este año se dio un giro tecnológico y se incluyó una plataforma digital para los usuarios. En los cromos holográficos viene incluido un código para completar, a la par, el álbum virtual y el de papel. En el libro ‘La vida en cromos’, de Javier Matesanz, se sostiene que coleccionar cromos es un acto de resistencia del niño encerrado en una apariencia adulta, que lucha por mantener vivas sus ilusiones, así como las energías para alcanzarlas. De este modo, entre listas de figuras faltantes, cambios y acuerdos, los coleccionistas de la ciudad encuentran en los cromos un valor sentimental, ligado a la nostalgia, sin importar que los cromos salgan repetidos.