Faltaban 10 minutos para las 12:00 de ayer, Miércoles Santo, y monseñor Fausto Gabriel Trávez, arzobispo de Quito, se alistaba, en el sacristía de la Catedral. La misión central: presidir la ceremonia del Arrastre de Caudas, la única que ha sobrevivido al tiempo en América, ya que en Lima se dejó de practicarla.
Monseñor Trávez, revestido de cogulla (pequeño manto exterior, en el cuello) y magna capa roja, por el martirio de Jesucristo, estaba ajeno al trajín que ocurría en ese amplio espacio, localizado en el ala derecha de la nave, muy cerca del dorado altar mayor.
Escoltado por cuatro seminaristas, ataviados con ‘albas’, un traje blanco, que portaban los incensarios y las campanas.
Trávez, serio y concentrado, sostenía el báculo de plata con su mano izquierda.
Cuatro hermanas, de la Orden Sacramentina, en un esfuerzo a contrarreloj, colocaban las caudas (capas negras bien planchadas) a los siete canónigos, entre obispos y sacerdotes jóvenes, personajes principales del ritual místico, cuyo remoto origen se traslada a 1550, cuando García Díaz Arias, primer obispo español en Quito, lo organizó.
Las capas de terciopelo negro y los bonetes del mismo tono estaban en una larga mesa de tapete verde y otras en un ropero. Conforme llegaban los canónigos, las monjas, de hábito gris, se apresuraban a vestirlos. Sor Consuelo Jiménez dijo que el pasado martes, 15 de abril, limpiaron y plancharon las caudas, desde las 10:00 hasta las 18:00, “para que queden como nuevas, pues son de terciopelo antiguo”.
Lo hicieron en su comunidad, en una casona del Centro de Quito, cercana a la Catedral.
El mediodía llegaba y las monjas -tensas unos minutos antes- se sentían más relajadas pues ya colocaron las capas, símbolo de duelo por la muerte de Jesús, a los siguientes canónigos, escogidos por sus relevantes servicios en la Iglesia: monseñor Hugo Reinoso (profesor de Derecho canónico en la Universidad Católica); monseñor Luis Tapia Viteri; monseñor José Vicente Eguiguren; reverendo Gustavo Riofrío; reverendo Justino Manosalvas (su oficio, atender las confesiones); reverendo Ramiro Rodríguez (cumplió el papel de Doctor, asuntos legales y Derecho Civil, y párroco de Andalucía); padre Skiper Yánez (canónigo teologal, párroco de Sangolquí); y reverendo José Valdiviezo.
Antes de salir, el padre Froilán Serrano, docto en este añejo ritual, les dio instrucciones: “Caminen a paso lento, plenos de dignidad y sobriedad, cúbranse con las capucha hasta cerca de los ojos, cuando se realice la procesión por el interior de la Catedral estarán asistidos, cada uno, por cuatro alumnos del Colegio Cardenal Antonio González Zumárraga”. Todos de la Orden Diocesana, atentos y listos para ingresar al templo.
A las 11:55, el Arzobispo de Quito tenía el rostro adusto. Sentía el peso de llevar la ceremonia de trascendencia para el mundo católico. Sabía que la mayoría de medios de comunicación estaban presentes y que tres pantallas gigantes habían sido instaladas en la Plaza Grande para los fieles que no pudieron ingresar a la repleta Catedral. Brevemente, el Arzobispo musitó: “Esta ceremonia recrea el funeral de un honorable general romano caído en batalla, muchos años antes de Cristo; el jefe inmediato batía la bandera sobre el féretro del general para recoger su valentía y honor; luego la batía entre los soldados para transmitir esos valores; nuestro gran general es Jesús, el Redentor; es un ritual de duelo, por la muerte de Cristo, y de alegría por su resurrección”.
A las 12:00, a paso seguro, monseñor Trávez avanzó, seguido por los siete canónigos, inmersos en el misticismo de sus cavilaciones y en el áurea de duelo que transmitían sus trajes. En la nave, una silenciosa multitud (niños, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos) aguardaba el comienzo del Arrastre de Caudas. La primera fila fue destinada a las autoridades, como el vicealcalde Jorge Albán. Los maestros de ceremonia fueron los sacerdotes: Alfonso Lalaleo, Rubén Darío Bedoya (párroco de San Bartolo) y Froilán Serrano (superior de los maestros de ceremonias).
Steven Vallejo fue el monitor que dirigió el acto desde el ambón (púlpito pequeño).
El grupo sacro ingresó al coro alto. Todo comenzó con el rezo y el canto de vísperas (los salmos). Acompañó el coro del Conservatorio de Música Sacra Jaime Mola, de Cotocollao.
Monseñor Trávez ofreció una bella homilía, en la que al igual que al hijo pródigo invitó a la conversión de la muerte a la vida. Después hubo la procesión de las caudas. A las 12:45 los canónigos se arrodillaron en el coro bajo. El Arzobispo batió con fuerza la bandera negra y cruz roja hacia al altar, a los canónigos y luego al pueblo.
Concluyó en la bendición solemne con la reliquia de la verdadera y auténtica Cruz de Cristo, fijada en un crucifijo.
En contexto
Uno de los instantes cumbres fue cuando el arzobispo de Quito, monseñor Faustro Trávez, bendijo al pueblo católico con la Verdadera Cruz de Cristo, una reliquia de 3 cm, originaria de la cruz del Calvario, que se conserva en la Catedral. Es uno de sus tesoros.