El humor de Luis Oswaldo Gálvez es su mejor defensa contra la vida. El betunero, de 75 años, lleva 55 en una esquina del Pasaje Arzobispal, en las calles Chile y García Moreno.
Allí nadie lo conoce por su nombre. Todos lo llaman ‘El Tío’. Ese apodo lo tiene desde su infancia, en el barrio La Tola. Recuerda que en esa época de su vida le gustaba jugar al papá y a la mamá. “Yo no entraba como papá, sino como un tercer personaje, por eso me pusieron el tío”, dice con picardía.
Su sonrisa deja ver una hilera de dientes deteriorados. De actitud amigable, don Luis es el más antiguo de los 10 betuneros que trabajan a un costado de la histórica Plaza Grande.
Se empezó a dedicar al oficio luego de cumplir los 20 años. Era 1955 y se acomodó al pie del edificio del Municipio. “Cuando empezaron a derrocar la edificación, tuve que mudarme”. Se pasó a otra esquina de la misma cuadra.
El puesto en la Plaza Grande lo obtuvo por un golpe de suerte. Gálvez también pertenece a la centenaria Sociedad de Betuneros de Pichincha. Fue a través de esa agrupación gremial que consiguió el puesto donde trabaja.
“Cuando alguno de los betuneros fallecía, se sorteaba su puesto entre los aspirantes. La suerte jugó para mí”. Desde esa esquina ha visto pasar 55 años de historia.
Ha sido vecino de los últimos 15 presidentes. Con ellos ha establecido una especie de pacto: “Nos dejamos trabajar mutuamente”.
En realidad, solo dos veces su oficio lo acercó al poder. La primera, cuando Rodrigo Borja se aficionó a limpiarse los zapatos en la Plaza Grande. La segunda, hace un mes y medio, cuando el presidente Correa invitó a sus vecinos lustrabotas a almorzar en el Palacio de Gobierno.
Tener al presidente Borja como cliente no fue precisamente una experiencia agradable. “Y no por el doctor Borja, que siempre ha sido un caballero amable y respetuoso, sino porque soy de los betuneros de la vieja escuela”.
A él le gusta conversar con sus clientes y analizar detalladamente, en los siete minutos que dura en promedio la limpieza de zapatos, el estado deportivo, político y climático del país.
Siempre extiende a sus clientes el Diario EL COMERCIO, que compra todos los días, y espera que ellos hagan algún comentario. De esas conversaciones le han surgido varias amistades.
Pero cuando el presidente Borja se hacía limpiar los zapatos, aparecían los fotógrafos, los periodistas y los curiosos para entrevistar o, al menos, saludar al Presidente. Entonces, a don Luis no le quedaba más que concentrarse en el calzado y trabajar rápido.
En su memoria aún perdura con claridad el tiempo cuando los hombres andaban erguidos, bien presentados y con los zapatos brillantes. Son tiempos de ensueño para el veterano lustrabotas. Los chullas quiteños se hacían lustrar los zapatos todos los días y, a veces, hasta dos veces al día.
El tradicional Hotel Majestic le trajo varios de sus clientes más preclaros. Antes de entrar a una cita de negocios o de placer, los comensales se daban una retocada al calzado. “Sobre todo venían políticos y jueces y muchos ministros de Estado. A veces había algún arquitecto y uno que otro periodista”, ironiza.
Los tiempos han cambiado, pero don Luis no. Él sigue aferrado a su oficio. “Lo que más me gusta de esto es que me mando yo mismo. No rindo cuentas a nadie, más que a mí mismo”.
Luego de 55 años de trabajo, 20 más de los que se necesita para jubilarse, don Luis no ha logrado comprar una casa propia. Hasta hoy arrienda una pieza junto con su esposa, en el sector de El Recreo. Sus seis hijos ya son casados y han hecho sus vidas aparte.
Cuando el día está bueno, el lustrabotas alcanza a hacer USD 12. Para eso tiene que sacar brillo a 24 pares de zapatos, por cada par cobra USD 0,50. “Mis zapatos los lustro solo los fines de semana”.