Frente al Centro Comercial de Mayoristas, un largo tramo es cada vez más caótico.
Una paila con manteca hirviendo está sobre un carrito azul en plena avenida Maldonado, cerca de la parada de buses de la Villa Flora (sur). Una mujer fríe tortillas de harina de maíz para ofrecer a los transeúntes. Muy cerca, un joven con uniforme azul y fucsia vende bolos en una maleta.
La variedad de productos en la vía depende del ancho de la vereda y de lo concurrido del sector. Adelante hay espacio para puestos con ollas y canastos que al destaparlos desprenden aromas diversos y mucho vapor: hay chaulafán, papas con cuero y mote con chicharrón. Una mujer instala en el borde de una gasolinera su carrito coronado por una vitrina con choclomote y fritada.
Es el sector del centro comercial El Recreo, uno de los puntos con más comercio informal en el sur. Allí, los transeúntes pueden comprar ropa, accesorios para celular, jugos, cordones y hasta escobas.
Alicia Padilla transita por el sector casi a diario, pues debido a su trabajo debe moverse entre la Quito Sur y el Comité del Pueblo. Señala que El Recreo es uno de los puntos con más comercio, así como el Ipiales y La Marín, pero en su viaje diario mira cómo las ventas están “por todas partes”.
En la amplia parada de buses al pie del centro comercial, los vendedores se sientan a esperar clientes en la banca bajo la visera y algunos se reparten ahí chocolates, galletas o chupetes para vender en los buses. Hay quienes deambulan ofreciendo espumilla, chifles, habas y papas fritas. Y otros se instalan ya no solo en la acera, sino también en la calle.
Unas seis personas llegan por las mañanas con cajas en las que llevan melones, mandarinas, naranjas y tomate riñón que apilan en lavacaras o acomodan en alargadas fundas plásticas y tejidas. Así pueden ofrecerlas tanto en los buses como a los caminantes.
La parada de buses de El Recreo tiene incluso una frutería ambulante en la calle. Foto: Patricio Terán / El Comercio
La pequeña frutería se instala en el ingreso a la bahía que fue construida para que los buses recojan pasajeros sin detener el tránsito. Pero este grupo de comerciantes usa incluso las rejas verdes -que se colocaron para ordenar el embarque de pasajeros-, como soporte para su negocio o para acomodar entre cartones a su niños, cuando se quedan dormidos por el calor o el cansancio.
Desde hace 10 años, José Loor se dedica al comercio autónomo y comenta que la competencia se ha disparado al menos en el último año, debido a lo difícil que resulta conseguir un empleo regular.
A todos les toca lidiar con los controles en la Maldonado. Él se quedó sin ingresos unas semanas, pues la Agencia Metropolitana de Control (AMC) sancionó a la empresa que elabora los bolos que vende, cuando clausuró 10 distribuidoras por fomentar el comercio informal. Loor dice que la empresa logró resolver su situación y volvió a su rutina.
Al frente, la anterior administración municipal desalojó a los vendedores y colocó vallas azules en marzo, para evitar que vuelvan a llenar la acera. Algo similar hizo la nueva administración en La Marín, el 3 de septiembre. Pero su cometido no se logró del todo pues a diario los comerciantes torean los controles y vuelven.
Los informales se ingenian para seguir vendiendo en la intersección de la Maldonado con la Calvas, que conecta con el mercado de Chiriyacu y en la que confluye la venta de frutas y verduras con velas, productos naturistas y esotéricos, huevos y hasta ‘milagrosos’ potenciadores sexuales y productos para adelgazar.
No existe un censo de vendedores informales en Quito, pero se calcula que son unos 9 600. El Municipio trabaja en un plan de regularización llamado KiosQuito, para el que se inscribieron 3 700 personas. Está previsto que se adjudiquen plazas disponibles en los 57 mercados de la ciudad.
Rumbo a Guajaló, en la Maldonado y sus intersecciones con calles como Las Lajas y Quimiag, un tramo largo en sentido sur norte es incluso más caótico que el ruidoso y desordenado El Recreo.
Allí los dueños de locales y de rústicos centros comerciales se disputan por atraer clientes a sus negocios. Los primeros colocan mesas con sus productos en la calle o los cuelgan de sus puertas y, cuando alguien pregunta por algo, le invitan a entrar.
Los segundos se toman especialmente el filo de la acera para exhibir brasieres, zapatos, pijamas y hasta bisutería. En medio aparecen carritos que ofrecen desde micheladas hasta sánduches de dulce de higo caliente, pues el coche incluye un cilindro de gas y una hornilla que mantiene a la fruta hirviendo en su miel.
¿Tantos vendedores vienen de La Marín? Estefanía Grunauer, directora de la AMC, señala que los desalojos provocan dispersión de los vendedores, pero es complejo determinar a dónde van exactamente.
Pilar Culqui, de un local de zapatos, afirma que poca gente desplazada logra conseguir un puesto en medio de una zona saturada y donde todos se conocen y defienden su lugar. La situación es compleja, dice, porque cada vez hay más vendedores pero menos ventas.