Dejar las vainas y los choclos para desgranar o la mercadería para vender y tomar pinturas, goma, hilo y otros materiales fue un cambio radical en la vida de estos niños.
En la mayoría de casos, estos pequeños están acostumbrados a acompañar y a ayudar a sus padres en sus trabajos formales o informales. Desde temprana edad aprendieron a ganar dinero para vivir.
En Quito, según datos del Programa de Erradicación Progresiva del Trabajo Infantil, a cargo del Ministerio de Inclusión Económica y Social, 343 de niños estaban en situación de trabajo en junio del 2017. Pero en julio pasado, con la llegada de las vacaciones, la cifra subió a 694 casos.
El proceso para frenar esta práctica se dirige al niño y a toda la familia. Según Daniela Peralta, jefa de otras temáticas de la Unidad Patronato San José, las 10 brigadas del programa Habitantes de Calle identifican casos en la ciudad y ofrecen a los pequeños atención con un enfoque de protección especial, que privilegia el interés superior del niño.
Según el MIES y el Patronato, la ciudadanía puede aportar si evita comprar productos a los pequeños o rechaza servicios como el lustrado de zapatos, porque esas prácticas se convierten en un incentivo.
En Quito hay 101 Guaguas Centros en los que se atiende a niños en distintas circunstancias, incluyendo situaciones de riesgo, y dentro de ese grupo hay seis centros especializados en erradicación de trabajo infantil, donde se ayuda a unos 500 niños todo el año.
En verano hay cursos vacacionales en esas instituciones, tanto para usuarios permanentes como para quienes llegan en vacaciones. Los centros están alrededor de mercados y centros comerciales del ahorro. Según María Fernanda Pacheco, de la Unidad Patronato San José, se buscan actividades para tratar de “robarle tiempo” al trabajo infantil.
En la época escolar, la prioridad es lograr que los niños vayan a clases y evitar a toda costa que deserten. Además, se busca protegerlos de la violencia intrafamiliar, de las sustancias estupefacientes y de muchos otros riesgos.
El Patronato cuenta con cinco escuelas de fútbol permanentes. Pero se sumaron cinco más durante el verano para que, al menos tres horas al día, los niños que van con sus padres a los mercados donde trabajan se diviertan con el balón.
En vacaciones, es común que los niños de familias indígenas, de provincias como Chimborazo o Cotopaxi, que van todos los días a los Guagua Centros, pasen las vacaciones en casa de sus familiares. Según Pacheco, suelen ser hijos de desgranadoras o de estibadores de mercados como San Roque o Mayorista, por ejemplo.
Mientras ellos no están, llegan otros niños que solo van en vacaciones para no ir a trabajar con sus padres. Britany, Estefanía y David tienen entre 9 y 10 años. El miércoles pasado hacían coreografías de canciones de Enrique Iglesias y Daddy Yankee.
Estaban en su clase de baile del curso vacacional del Hogar de Paz, ubicado en el sector de El Tejar. Sus padres son comerciantes, recolectores de basura o trabajan en restaurantes.
Mónica Lascano coordina este centro y la Casa de la Niñez 1. Ella afirma que el objetivo es lograr que los niños pasen la mayor cantidad de tiempo posible en espacios como estos y rompan el círculo vicioso: si los padres trabajaron cuando eran niños, ven normal que sus hijos lo hagan también.
Los grupos están divididos por edades. En otra aula, Samuel, de 5 años, e Isaac, de 6, se embarraban los dedos de goma y pegaban papel crepé sobre un dibujo de una pelota de fútbol. ¿Qué es lo que más disfrutan? Coinciden en cinco cosas: hacer amigos, aprender, jugar, bailar y divertirse. Lo mejor de todo es que trabajar no forma parte del menú.