Redacción Quito
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El piso de madera rechina al caminar, el humo del tabaco y el olor a café inundan el lugar. La casa de Nela Martínez Espinosa, ubicada en el sector de La Floresta, es el lugar de trabajo de Minna Salazar.
Ella pasa sus horas laborables en la Corporación Humanas Ecuador buscando noticias en los periódicos sobre violencia en contra de la mujer.
Su computadora está instalada frente a una pared roja. El color da vida al lugar donde Salazar desarrolla sus actividades.
Esta guayaquileña, de 48 años, vive en Quito desde 1986, pero también ha residido en Cuenca. No pierde su acento costeño, aunque ya ha cambiado bastante, según recuerda. Trabajó en la Embajada de Holanda, en donde conoció a su actual pareja. “La experiencia con personas extranjeras me enseñó mucho, desde cómo modular la voz hasta distintas formas de interacción personal”.
Salazar, por su acento, tuvo que hablar más despacio “porque al inicio los extranjeros no me entendían”. Poco a poco ha establecido vínculos con Quito y ha explorado su historia. “Me gusta mucho la ciudad, pero todavía no se ha contado todo su pasado”.
Se casó cuando era muy joven por lo que los primeros años se dedicó al cuidado de sus hijos. A la capital llegó con sus tres descendientes y divorciada. Aunque estudió para ser tecnóloga médica no terminó su tesis por lo que nunca ejerció su profesión.
Cuando salió de la Embajada de Holanda Salazar hizo contacto con Nela Meriguet y empezó a trabajar con ella en la creación del Epistolario entre Joaquín Gallegos Lara y Nela Martínez. “La vida me ha enseñado a ser fuerte y aunque es difícil conseguir trabajo, uno no debe rendirse”. Fue ahí que conoció a Sonia Crespo con quien entró a trabajar para la Corporación Humanas Ecuador.
Su día en Quito empieza a las 06:30 con una taza de café, bebida que es muy recurrente en su rutina, junto con el tabaco.
Ella vive en el norte de la urbe y se moviliza en taxi, pues manejar por la ciudad le asusta un poco. Le toma 15 minutos llegar a su oficina. Salazar trabaja entre mujeres. Cuando llega a su oficina saluda con sus compañeras y enciende su computadora y un tabaco, ese es su mayor vicio. “Cuando tengo mucho que hacer fumo más porque así me concentro mejor”.
Desde el momento en que empieza a leer las noticias publicadas entra a otro mundo, en donde enfrenta otra realidad. “Todos los días es duro conocer cómo somos tratadas las mujeres ecuatorianas, eso es lo que me impulsa a seguir con la lucha diaria”.
Salazar trabaja muy concentrada y mueve la cabeza cuando algo le desconcierta. No pasa ningún detalle por alto. “Es importante registrar todo lo que pasa. La gente se tiene que concienciar sobre el trato femenino. Quisiera poder ayudar más a las mujeres de mi país, pero por algo se empieza”.
A las 13:00 Salazar termina agotada su labor diaria y se dirige a sus casa para almorzar junto a su esposo. Después, sus tardes siempre están planeadas con distintas actividades, en las cuales se incluye la visita al Centro Histórico y los cafés quiteños…