Cuatro mujeres centenarias viven en un hogar patrimonial de Quito

De izquierda a derecha: María Carrión, Manuela Angélica Noboa, María Vizcaíno y María MErcedes Tapia. Foto: EL COMERCIO

De izquierda a derecha: María Carrión, Manuela Angélica Noboa, María Vizcaíno y María MErcedes Tapia. Foto: EL COMERCIO

De izquierda a derecha: María Carrión, Manuela Angélica Noboa, María Vizcaíno y María MErcedes Tapia. Foto: EL COMERCIO

Su hablar es lento y sus miradas distantes. Son cuatro mujeres y la menor estar por cumplir 100 años y la mayor tiene 103. María Carrión, llegará al siglo de existencia el 10 de noviembre; María Mercedes Tapia cumplió 100 hace poco; Manuela Angélica Noboa está por llegar a los 102 y María Vizcaíno, alcanzó los 103.

Las cuatro adultas mayores viven en el Hogar Santa Catalina Labouré, en La Recoleta, Centro de Quito. En la edificación patrimonial, por más de cuarto de siglo, las Hijas de la Caridad se han dedicado al cuidado de abuelitos. Actualmente, el resto de compañeros de las cuatro señoras suman 67.

Cada una de ellas, al igual que sus vecinos de habitación, tiene una ficha que da cuenta de su llegada y sus datos personales. Ellas, directamente, alcanzan a contar apenas algunos datos de su vida, sus familias y sus empleos de antaño.

A la menor, todos en el hogar la llaman Rosita Carrión. Ella camina por el pasillo a paso lento, apoyada en un andador. Se sienta en un sofá, a unos metros del ingreso del dormitorio que ocupa desde el 9 de mayo del 2017, como se observa en su ficha de ingreso.

La mujer de ojos claros y oriunda de Celica (provincia de Loja) tiene presente que su madre murió cuando ella era muy pequeña, por lo que quedó al cuidado de su abuela. “Solita me dejó”, repite con nostalgia. A la par, recuerda que trabajó en varias casas cuidando niños y haciendo limpieza. A la última jefa le pidió que le envíe a algún lugar para pasar su vejez. Ella dice que no recibía muy buen trato.

En su historia consta que la mujer trabajó en Italia y que a su llegada a Ecuador estuvo en un asilo. Y fue referida al Hogar Santa Catalina en vista de que la persona que cubría el costo del anterior establecimiento fue diagnosticada con cáncer terminal.

Se especifica que no hay ninguna referencia de familiares y llegó en compañía de una amiga. En su cédula consta el estado civil de Divorciada. Sin embargo, ella insiste que nunca se casó ni tuvo hijos. Y de lo que tiene certeza es que, como digna lojana, su platillo favorito es el repe.

Apenas a unos pasos del sofá en el que descansa ‘Rosita’, está la habitación de María Vizcaíno. Se encuentra en silla de ruedas y respira con la ayuda de un tanque de oxígeno. Sin embargo, su voz es segura. Recuerda que gran parte de su vida la pasó en su lugar de origen, El Quinche. Tiene presente a la Virgen patrona de la parroquia, que un tiempo trabajó en Cayambe y que luego volvió a su hogar, donde ayudaba a cargar leña y ordeñar vacas.

La mujer de 103 años llegó al hogar el 5 de junio del 2008, con una artrosis generalizada. Pese a sus dolencias, está contenta y comenta que en el hogar la tratan bien y que nunca le falta la “comida”. Tiene presente que tuvo cuatro hijos y en su historia consta que es viuda.

Manuela Angélica Noboa, a la que todos en el hogar llaman señorita Angélica, está en la sala Santa María, una de las seis del establecimiento. Esta se encuentra en la planta baja y la ventana de la habitación da a un pequeño jardín. Ingresó el 7 de agosto del 2005.

La señorita Angélica responde al hablarle fuerte al oído. Su tocaya, Angélica Chicaiza, es la encargada de cuidarla, entre las 08:00 y 15:00; fue contratada por la sobrina de la adulta mayor.

Angélica es oriunda de Cayambe y enfermera de profesión. Rememora su servicio en varias casas de salud de Quito, incluida la Maternidad Isidro Ayora. En su juventud tenía un lema: “Que viva la libertad”. Lo recuerda al preguntarle la razón para mantenerse soltera. Ella vio violencia por parte de esposos a varias mujeres y se repetía que ella nunca aguantaría maltratos.

Con el mismo entusiasmo con el que defiende su soltería, comenta que le gusta el locro con aguacate y un buen sancocho. Del mismo modo, según la tocaya, responde cuando se le pregunta el resultado de una multiplicación o una suma.

María Mercedes, en cambio, contesta a todo con una sonrisa y asintiendo con la cabeza. Fue la primera de las cuatro mujeres en llegar al hogar dirigido por las Hijas de la Caridad, el 23 de marzo del 2003. Como no logra pronunciar palabra, es muy poco lo que se puede conocer de su vida.

En la ficha del hogar se distingue que es soltera, con instrucción básica y un deterioro cognitivo moderado. Ella, como da fe el personal del establecimiento, es una adulta mayor tranquila, de temperamento suave, sociable con sus compañeros. Se le dificulta la alimentación, por lo que le brindan suplementos.

En el comedor, a la hora del almuerzo, comparte con dos compañeras la mesa. Pese a sus problemas de salud, intenta terminar la sopa y el arroz con tortilla de huevo y lenteja.

Luego, se sienta en una banca de madera ubicada en el ingreso al sitio, al filo de uno de los pasillos del edifico. Descansa, sonríe a quienes pasan y vuelve a asentir con su cabeza cuando le pregunta si está bien.

Las cuatro mujeres comparten en un espacio donde se albergan decenas de historias. Muchas de ellas, de penurias y carencias, como la de Carmela. Su madre es ciega y antes de llegar al hogar vivían en la calle. Ahora caminan juntas por los pasillos, tienen una habitación y alimentación diaria.

Sor Mariana Romero, quien sirve en el hogar y fue la primera titular del sitio, es fiel testigo de las decenas de casos que han pasado por allí. En el lugar, antes de albergar a adultos mayores, funcionaba la casa Santa Mariana de Jesús, para personas ciegas y sordas.

Una hermana ecuatoriana que volvió de una labor en África fue la precursora de la obra en el actual establecimiento. La motivación fue ver a adultos mayores necesitados sin cuidado y sin hogar. La congregación religiosa de origen francés llegó al país por solicitud del expresidente Gabriel García Moreno. En el 2020 cumplirán 150 años de su llegada al Ecuador. Durante ese tiempo, la labor se ha mantenido: cuidar a los enfermos y a los pobres. Fueron las primeras enfermeras en el antiguo Hospital San Juan de Dios.

En el hogar, en la actualidad, aunque también reciben a adultos cuyas familias aportan algún valor, la mayoría son personas en situación de vulnerabilidad. Cuando, lamentablemente, alguno de los ancianos fallece, en caso de tener familiares, se les comunica. De lo contrario, como en gran parte de las situaciones, las hermanas se encargan de los trámites y el velatorio es en una sala de uso múltiple. Algunos descansan en el cementerio de San Diego.

Todo quien desee colaborar con el Hogar, puede ir hasta la calle San Vicente de Paúl E2-142 y La Exposición (en La Recoleta, en el Centro) y dejar su aporte. Pueden llamar al (+593 2) 295 8047.

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