Tres mitos que evocan los orígenes hispanos de Quito

La ciudad no comenzó a crecer desde la Plaza Grande; la plaza fundacional fue la Benalcázar, dos cuadras más al norte de la plaza principal. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO.

La ciudad no comenzó a crecer desde la Plaza Grande; la plaza fundacional fue la Benalcázar, dos cuadras más al norte de la plaza principal. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO.

La ciudad no comenzó a crecer desde la Plaza Grande; la plaza fundacional fue la Benalcázar, dos cuadras más al norte de la plaza principal. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO.

Quito, una ciudad milenaria, que celebra hoy, 6 de diciembre del 2014, su cumpleaños 480, se ha enriquecido siempre de mitos. Repasemos los de su fundación, la plaza desde la cual se expandió, y la huella inca.

Al contrario de una creencia tradicional, la ciudad no comenzó a crecer desde la Plaza Grande; la plaza fundacional fue la Benalcázar (Olmedo y Benalcázar), dos cuadras más al norte de la plaza principal.

Hoy luce pequeña, rodeada de añejas casas. Desde allí, los conquistadores repartieron los primeros solares.
Según el acta fundacional hubo, en principio, cerca de 200 habitantes. La Plaza Grande, como sitio de poder político y católico, luego cobró fuerza.

Quito no festeja su fundación este día. La fecha real: el 28 de agosto de 1534 y no en el territorio propio, sí en lo que hoy es Riobamba. Fue un hecho en medio de escaramuzas y al borde de la guerra entre los conquistadores españoles: Pedro de Alvarado, un aguerrido y ambicioso ibérico que combatió con Hernán Cortez en la conquista de México; Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar, capitanes de Francisco Pizarro, astuto y audaz, nacido en Extremadura, sur de España, quien acabó con el imperio inca y Atahualpa, el último rey, dios del Sol.

Como bien lo define la historiadora Tamara Estupiñán, Quito debiera evocar tres fechas: el santo (4 de octubre, día de San Francisco de Asís, el patrono de la urbe); el cumpleaños (este día); y la fundación propia, el 28 de agosto.

La villa de San Francisco –no ciudad, dice Estupiñán- fue fundada el 28 de agosto de 1534 por Diego de Almagro.

“Hecho histórico que ocurrió en el pueblo de españoles de Santiago de Quito, fundado el 15 de agosto de 1534, en el lugar donde estaba el antiguo pueblo indígena de Riobamba”.

Según Estupiñán, como acto jurídico se asentó en el Acta de Cabildo de ese día, documento que constituye la partida de nacimiento de la capital de los ecuatorianos. “En el Acta se precisó que la villa debía mudarse al pueblo que en lengua indígena se llama ‘Quito’, y en el evento se eligieron alcaldes ordinarios y regidores para que administrasen justicia en el ámbito civil y criminal”.

“El traslado de la fundación de Quito fue el día 6 de diciembre de 1534, cuando Sebastián de Benalcázar, a nombre de Francisco Pizarro, en presencia del escribano y varios testigos, ordenó pregonar públicamente que a partir de este día, las nuevas autoridades debían empezar a ejercer sus funciones, este acontecimiento constituye la primera sesión del Cabildo ampliado, mas no su fundación”.

Al borde de la guerra
Alfredo Fuentes Roldán, autor del libro ‘Quito, tradiciones’, dice que el viaje de Alvarado, desde Guatemala, aceleró la fundación de Quito el 28 de agosto de 1534. Recuerda que el excapitán de Cortez vino, con un grupo de soldados bien armados (alrededor de 500), dispuesto a ganarles la mano a Benalcázar y Almagro, pues hasta en lo que hoy es Centroamérica se hablaba de la existencia del oro inca en Quito.
Alvarado -apunta Fuentes- arribó a las playas de Bahía de Caráquez; remontó la cordillera y llegó a Quisapincha (Tungurahua). “Almagro tuvo un activo papel de mediador y logró convencer a Alvarado que no avanzara a lo que hoy es Quito, pero con una fuerte cantidad del oro, una parte de lo que habría dado Atahualpa por su fallido rescate”.

Alvarado aceptó el arreglo y con Almagro viajó al sur para encontrarse con Pizarro, fascinado por el oro cusqueño.
Benalcázar siguió a Quito con un fuerte contingente de soldados y en el camino –sostiene Estupiñán- ya hubo batallas con el valiente Rumiñahui, general inca de Atahualpa, quien se encargaba del cuidado de la familia (alrededor de 11 hijos y las esposas) del último inca, refugiada en Tulipe (territorio yumbo, occidente de Quito) y luego capturada por las huestes de Benalcázar.

“En mayo de 1534 los guerreros de Rumiñahui ya se enfrentaron con los soldados de Benalcázar, en Tío Cajas, Riobamba; Rumiñahui perdió y se replegó a Quito para reunir combatientes, pero entre agosto de 1534 y abril de 1535 fue derrotado, con Zopo Zopangui, gobernador inca de Quito”.
“Rumiñahui y el Gobernador no pudieron reunirse en la ciudad inca de Sigchos (Malqui Machay), donde estaba el más grande tesoro: los restos de Atahualpa traídos desde Cajamarca, para que ante estos jurase seguir el hijo de Atahualpa, Francisco Topautachi, algo que no ocurrió”, dice Estupiñán.
Las piedras incas están a la vista en las paredes de inferiores de San Francisco, en la fachada del restaurante Tianguez; se aprecian los canales de un antiguo sistema de riego, y mantienen la armonía de su ensamblaje.

Además, algunas piedras del atrio también son del incario (1480 - 1535), imperio que conquistó a la cultura Quitu Cara. La visión de Estupiñán:

“Quizá hubo palacios y un gran complejo del inca Huayna Cápac, padre de Atahualpa, en las cercanías. Las piedras son la evidencia más notoria”.

Sin embargo, Alfonso Ortiz Crespo, cronista de la ciudad, difiere: dice que pudo haber existido un complejo inca, pero hace tres años hubo excavaciones en San Francisco y no hallaron más evidencias.

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