José Giler, médico, atiende a una joven en una clínica móvil del Municipio de Guayaquil. Foto: Cortesía / Secretaria de Salud del Municipio de Quito
Ecuador ocupa el cuarto lugar, luego de Chile, Colombia y Canadá, en prevalencia de consumo de cocaína entre estudiantes secundarios (menores de edad) en la región. Lo acompañan Brasil, México y Uruguay, según el Informe sobre consumo de drogas en las Américas 2019, de la OEA.
Además, estudios del Ministerio de Salud, del 2016, señalan que Quito y Guayaquil ocupan los puestos octavo y undécimo, respectivamente, en consumo de drogas ilegales en colegiales del país.
Esas y otras cifras han hecho que ambas municipalidades emprendan sus planes de acción locales, para enfrentar el fenómeno de las drogas.
Un día después de dar a luz a su primera hija, Verónica (nombre protegido) huyó de la maternidad. Había buscado la forma de consumir H; y después de la labor de parto se transformó. “Gritaba, no la podían controlar y desapareció”, recuerda la madre.
La joven de 19 años es la paciente 2 861 de la clínica móvil Por un futuro sin drogas, de Guayaquil. Su rostro está empapado de sudor, pero siente frío. Su presión arterial ha descendido y sus piernas tiemblan. El programa del Municipio, desde agosto del 2019, ha recorrido seis sectores populares, brindando tratamiento de desintoxicación.
En la capital ensayan otra estrategia enfocada en la prevención, explica Diego Riofrío, quien dirige el Sistema Integral de Prevención de Adicciones. Para explicar en qué consiste, lo compara con la fiebre alta en los niños.
Todo padre -anota Riofrío- sabe que hay que bajarla porque puede provocar convulsiones y más. Pero los médicos conocen que la fiebre no es el problema sino un síntoma de algo. Igual que el consumo de drogas puede esconder por ejemplo carencias afectivas, económicas, baja autoestima y más factores de riesgo.
Los primeros 1 465 ‘preventores’ ya acuden a planteles, iglesias y canchas deportivas. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El 26 de diciembre pasado graduaron al primer grupo de ‘preventores’. Un total de 1 465 voluntarios recibieron capacitación de 25 horas presenciales y 20 a distancia sobre el fenómeno de las drogas, qué lleva al consumo, etc.
“Les damos herramientas a padres, líderes barriales (de ligas deportivas también), religiosos, psicólogos de planteles… para que sus chicos no se vuelvan consumidores”.
Además, el 20 de este mes, en La Ronda, en el Centro, se inaugurará su primer centro terapéutico ambulatorio de atención para jóvenes con consumo problemático de drogas.
Es decir, para quienes no son adictos. “Esos casos deben ser tratados por el Ministerio”.
Andrés Castellanos tiene 34 años y se capacitó como preventor. A los 17 jugaba fútbol en las inferiores del Quito y se lesionó. “Malos amigos me facilitaron marihuana”, recuerda. En diciembre dio su primera charla a 1 502 adolescentes, en un colegio de Carcelén.
“Tenían curiosidad por el tema; algunos me aseguraron que el cannabis ya se puede consumir, que ya es legal en Ecuador. Y les expliqué que se trataba del CBD, un componente para preparados medicinales”, cuenta. También, que al final unos chicos se le acercaron y le dijeron que su compañero, el que no paraba de hacer preguntas, es consumidor…
En Guayaquil, la atención del Municipio comenzó un año atrás y hoy entregarán reconocimientos a 200 jóvenes que en este tiempo se han alejado de la adicción. Otros 2 000 están en seguimiento continuo.
“La efectividad la medimos con pruebas de detección de drogas, que se realizan cada mes. Entre el 12% y 15% son pacientes limpios, un valor que supera el 1% de recuperación que indican las estadísticas internacionales”, explica José Giler, jefe de la unidad móvil.
Los pacientes tienen entre 12 y 28 años, tres de cada diez son mujeres y el 70% llega por consumo de H, un perfil que coincide con las cifras nacionales que maneja el Ministerio.
En la primera consulta en la clínica móvil reciben medicación para el dolor, la ansiedad y el insomnio, según el tipo de droga, en una terapia que dura 10 días. Luego son derivados a consultas psicológicas, vivenciales y talleres ocupacionales para su reinserción laboral, en un proceso que dura un año.
El programa es dirigido por la psiquiatra Julieta Sagnay, especializada en Tratamiento de Adicciones. Ella sugiere la apertura de programas de este tipo en otras ciudades, de donde también reciben pacientes, y ampliar las áreas de atención en hospitales públicos.
“Es una enfermedad, no un vicio. El abordaje no solo debe ser psicológico sino médico”.