Los habitantes han visto con indignación e impotencia cómo desaparecen bajo el fuego decenas de hectáreas de bosque protector y amplios espacios de los pocos parques que le quedan a Quito.
Como han denunciado los grupos ambientalistas, el daño que se hace al entorno urbano es muy grave porque la regeneración de la flora es un proceso lento y esto perjudica la calidad de vida de la gente.
La reacción de las autoridades ha sido débil frente a la tragedia ecológica y social que significa incrementar la ya preocupante contaminación del aire y destruir la vegetación de las laderas. Esto implica no solo un impacto para las especies nativas y el paisaje, sino que se pierde una barrera natural para defender a la urbe de inundaciones y aludes.
Hasta ahora no es claro que el Municipio tenga una política para defender el cinturón verde y evitar las invasiones a los cerros como producto del clientelismo electoral y la demagogia populista.
Los ciudadanos se sienten más desprotegidos y molestos porque es evidente que, al menos desde hace una década, ninguna autoridad ha mostrado decisión para ejecutar un plan que racionalice la migración interna hacia Quito y que mantenga parámetros de desarrollo que permitan a la ciudad crecer en armonía con la naturaleza.
Bastó recorrer la ciudad este domingo para constatar cómo Quito fue asediada por innumerables incendios. Si los Bomberos y el Municipio no cuentan con el equipamiento suficiente, es hora que el Gobierno, o la entidad que corresponda, entregue a Quito los fondos necesarios.
También es hora de que el Cabildo diseñe planes a mediano y largo plazos para que los pocos bosques y espacios verdes que quedan no los destruya la falta de educación de ciertos ciudadanos y la inacción de las autoridades.