En la avenida Gran Colombia y la calle Sodiro, en el sector de la Maternidad Isidro Ayora, personas sin hogar duermen entre cobijas y cartones. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Mendigos, desocupados y adictos son los apelativos que escuchan las personas que duermen en la vereda de la avenida Gran Colombia y la calle Sodiro, en el centro norte de Quito. Como capullos se recubren con cobijas y cartones para evitar el frío que en la madrugada muerde la piel.
El termómetro marcó, ayer miércoles 20 de enero, los 11 grados centígrados a las 22:30. Una temperatura considerada como baja. El viento contribuyó para que la sensación de frío aumentará. Los más afortunados caminaban frente a la maternidad Isidro Ayora con un saco de lana y guantes.
En la vereda de la Sodiro había 12 personas acurrucadas. Una lámina de cartones viejos separó sus espaldas del suelo. Para mantener el calor se juntaron hombro con hombro y encima colocaron cobijas que previamente sacaron de mochilas. Los morrales sirvieron como almohadas. Al pasar se siente una mezcla de trago, sudor y orines en el ambiente.
Carlos es el único que aún está de pie. Aprovecha que hay conductores que buscan un espacio para estacionar sus vehículos. Por cuidar de los autos recibe entre USD 0,25 a 1. Eso le servirá para desayunar la siguiente semana. Mientras guarda las monedas que le pagaron por anticipado, cuenta su historia.
Es colombiano, está en Quito desde hace 15 años. Dice que trabaja como albañil y ayudante de metalmecánica. También cuida de los vehículos que le ponen en frente. Señala que tiene una hija en Cali y que algún día volverá para verla. Mientras relata parte de su vida no retira la mirada de su interlocutor. Un tic nervioso hace que su mandíbula se mueva a la izquierda.
Espera volver a Colombia a contar capítulos que cambia a cada minuto. Unas veces dice que es un refugiado que huyó de las FARC y otras que vino a Ecuador por su voluntad y que no tuvo fortuna.
Reitera que es muy difícil dormir en la calle. “Usted nunca se ha levantado sin zapatos, usted nunca ha sentido frío. Aquí le roban si se duerme”, dice. Narra que varias veces peleó con picos de botella o cuchillos para evitar robos. Esto es corroborado por tres compañeros.
Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
El olor a tabaco sale de su boca que arroja saliva espesa. No tiene licor a la mano ya que respeta una de las pocas reglas que hay en la calle: no beber en el lugar donde se duerme.
Cerca de él está Víctor. Él es un ecuatoriano que vive hace un año en las calles de la ciudad. Por ahora, su “hotel” es la vereda frente a la Maternidad Isidro Ayora. Se gana la vida reciclando botellas, cartones y metales. Busca en los basureros o recibe los materiales de personas caritativas.
En una mochila carga durante todo el día la cobija que le dará calor en las noches. Los cartones que usa como aislante los esconde en una parterre con hierbas crecidas frente a la facultad de Medicina de la Universidad Central. Su colchón lo saca de la unión que queda entre dos edificios cercanos.
Dice que en las tres últimas noches han tenido suerte y no se han presentado lluvias nocturnas. La condición climática favorable les permite dormir con cierta tranquilidad. Otros días, cuando sienten la primera gota caer en sus cuerpos, van hacia la calle Luis Saa, donde hay un lugar con techo. Ahí pueden ingresar hasta 25 personas “amontonadas”.
En las mañanas realiza la labor de reciclaje y toma aguardiente con amigos. En las noches duerme y cuida a una señora (no dio el nombre) que tiene problemas psiquiátricos. Ella no habla, no le gusta que extraños se acerquen y duerme tranquila cuando sus amigos llegan. Las escasas cobijas se distribuyen y todos quedan cubiertos, listos para soportar ocho horas de frío.
Carlos dice que a las 06:00 levantan sus campamentos improvisados. Según él no quieren dar mal ejemplo a los niños y jóvenes que van a clases a las cuatro unidades educativas cercanas. En ese momento baja la cabeza y dice que siente vergüenza. En caso de que necesiten dormir un poco más en el día, acuden al parque El Ejido, en donde no son molestados.
Más al sur, bajo los edificios, en donde priman las oficinas jurídicas, cerca de la plaza de San Blas, está otro grupo de 15 personas agrupadas como una familia. Uno de ellos señaló que se defienden en conjunto. “Si alguien ataca, todos atacamos”. El mecanismo de defensa funciona en caso de asaltos.
Más al norte, cerca de la parada de buses de la Maternidad Isidro Ayora, hay otro grupo de siete personas que duermen cubiertas la cara y el cuerpo con mantas. Dos personas, con fundas que contienen cemento de contacto siguen despiertas mientras el resto duerme. Estas postales se repiten cada noche en esta avenida que une el Centro Histórico con el norte. Las personas sin techo piden que les dejen dormir tranquilas. “No tenemos nada, al menos no nos quiten el sueño”, apunta Carlos.