Carmen Caiza, Carlos Aquieta, Rafael Pavón y Fabiola Montúfar, de El Tejar, piden obras. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
En los años 40, cuando en Quito vivían unas 170 000 personas, los problemas que afrontaban los habitantes de la capital no tenían que ver con la delincuencia, la disposición de la basura ni la migración extranjera, como ocurre hoy.
En el Quito de ese entonces -de calles de piedra, carrozas y techos de teja- el principal reclamo tenía que ver con la luz.
Efraín Cepeda, conocido como ‘El último Chulla Quiteño’ de la ciudad, recuerda que hace casi 75 años -cuando tenía 15- la energía eléctrica era inestable. Los apagones eran constantes.
Ocurrían cuando llovía en exceso o cuando no llovía. Los adultos sufrían, se quejaban, pero los guambras del barrio aprovechaban la oscuridad para jugar en la Plaza del Teatro, desde la Flores, a la pelota de fuego: amarraban trapos viejos con alambre, los encendían con gasolina y pateaban, lo que también causaba dolor de cabeza a los mayores.
Ese Quito de antaño que don Efraín atesora en su memoria, no tenía basura regada en las calles. A las 16:00 se escuchaba a los capariches pasar con sus carretillas y la gente sacaba sus desperdicios. Pero no todos tenían agua.
Era una ciudad segura. Al subir a uno de los tres buses que cubrían la ruta Alfaro-Carolina, la gente encargaba sus pertenencias en dos canastillas ubicadas en la parte delantera y trasera. Nadie se las robaba.
Hoy, con 2,2 millones de habitantes y con los servicios básicos casi resueltos, las preocupaciones cambiaron. Según las encuestadoras Perfiles de Opinión y Click, los principales problemas que inquietan al quiteño son la basura, la delincuencia, la inmigración y la movilidad. También hay críticas a la autoridad.
Francis Romero, de Click, explica que su empresa realiza encuestas cada mes en la capital. La que hizo ahora en septiembre reveló que lo que más inquieta a los quiteños es la basura. Aquello no ocurría el año pasado. En mayo del 2017, por ejemplo, la encuesta arrojó que los principales inconvenientes eran el tráfico vehicular (22,2%), el desempleo (21,9%) y la inseguridad (20,6%).
El estudio que realizó Perfiles de Opinión en la capital mostró que la principal dificultad está relacionada con la delincuencia. En segundo lugar está la falta de recolección de basura, explica Paulina Recalde, directora de la empresa.
En las esquinas de los barrios, la gente también habla de esos problemas. En la Ferroviaria Alta, que abraza a más de 25 000 habitantes, la gente baraja uno a uno sus conflictos.
La calle principal del barrio revela parte de lo que viven los habitantes. Se llama Nariz del Diablo. Allí, combatir la basura y la inseguridad es un infierno.
Para Pedro Allán, líder de la zona, vivir en un barrio popular es doloroso y costoso. Las calles tienen basura que se eleva con el fuerte viento que golpea a la montaña, donde casas de tres y cuatro pisos se asientan. Los desechos siempre fueron un lío, pero desde que quitaron los contenedores, el año pasado, empeoró.
Frente a la UPC hay un espacio público que los moradores trataron de recuperar, pero fue en vano. Hoy sirve de botadero y, afirman, de escondite de ladrones. La seguridad es otra de sus preocupaciones. Para toda la zona de la Ferroviaria (27 barrios) hay siete policías.
Esa desatención, dice Allán, hace que habitar allí resulte más caro. El alimentador del Trolebús sube cada 45 minutos, por lo que la gente debe usar la taxirruta y pagar USD 0,25. De ida y de vuelta, por los 20 días laborables y por cuatro miembros de una familia, suman USD 80 al mes. Suficiente para comprar un quintal de arroz y uno de azúcar.
Gonzalo Valenzuela, presidente del barrio Tarqui, cuenta que este mes los moradores limpiaron las vías para mejorar la movilidad y se organizaron para enfrentar a la delincuencia con brigadas. En el último mes hubo cinco asaltos.
En horas pico, cuatro vecinos, en turnos, recorren las calles para evitar los robos. Pero no es suficiente.
Al otro lado de la ciudad, en El Tejar, la situación no es distinta. Quienes viven en El Placer Alto, Camino a la Chorrera y Balcón Colonial deben lidiar a diario con la delincuencia, el mal estado de las vías y las dificultades para movilizarse. También con las ventas ambulantes, que con la llegada de extranjeros, dicen los vecinos, aumentaron.
A Fabiola Montúfar, lideresa del sector, la delincuencia le genera temor. Los asaltos son diarios y como no hay buses que suban seguido hasta la calle Andrés Paredes, donde vive, debe tomar taxis informales y es un riesgo.
Hugo Cisneros, urbanista y catedrático universitario, sostiene que toda ciudad siempre va a enfrentar problemas. El conflicto es un ente vivo, por lo que cambia continuamente. La crisis en la recolección de basura que empezó en Quito a finales del año pasado y la oleada de venezolanos que llegó a la capital, e hicieron de las calles su hogar, hoy forman parte de los puntos críticos de la ciudad. Esos inconvenientes cobran fuerza en épocas electorales. Pueden ser una fortaleza. O una debilidad.
Las encuestadoras preguntaron a la gente cómo califica la gestión del Alcalde. En el caso de Perfiles de Opinión, el 29% aprobó entre muy buena y buena, el 41% señaló que era mala y el 30% de muy mala. Según Click, el 20% de la gente piensa que es buena.