En esta Navidad quiero pedirte un Presidente que crea en su gente. Es que verás, Papá Noel, nuestro Mandatario desconfía enormemente de la capacidad de sus colaboradores y de sus conciudadanos. Basta escuchar en cualquiera de sus intervenciones el cúmulo de insultos y reproches a los mediocres e incompetentes ministros y ministras, superintendentes y superintendentas, miembros y miembras del Banco Central, comerciantes y comerciantas, y, por supuesto, periodistas y periodistos; en suma, parafraseando a Pérez-Reverte, nos trata como si todos fuéramos imbéciles e imbécilas.
Lo grave de los constantes agravios del Presidente es el efecto en el rendimiento del resto. ¿Has visto, Papá Noel, cómo el clásico marido inseguro, que vive sospechando que su esposa le será infiel, termina con unos cuernos tamaño familiar? No es azar. Es la funesta dinámica de la profecía autocumplida: alguien se convence de que algo tiene que ser de cierto modo, y, abracadabra, así es. Cualquier gato al que la gente trate como a perro, se convierte en perro. El mismísimo gato empieza a creerse perro y pronto está ladrando (o cuerneando).
Ese tipo de comportamientos se ve en todo lado. Ahí está el tipo poco agraciado que se cree el guapo del grupo porque de eso le convenció su mamá, y, lógico, sale con la reina del curso; o ese goleador del campeonato que, al llegar a un equipo en el que el técnico no le tiene confianza, se vuelve un paquete; o ese ministro o superintendente que, por más preparado que sea, después de tantos denuestos del Presidente se convierte en el prototipo de la incompetencia.
El asunto, Papá Noel, es que si el Presidente no confía en la capacidad del resto, como ha demostrado hasta la saciedad, entonces todos nos volvemos idiotas e idiotos.
Pero imagínate cómo estaríamos con un Presidente que mostrara fe en los ecuatorianos. La actitud de los gringos a raíz de la victoria de Obama es un ejemplo de lo que pudo haber pasado (y aún puede suceder) en el Ecuador. Mientras el eslogan de la primera campaña electoral de Correa era “¡Dale correa!”, como si todos fuéramos bestias que solo respondemos al látigo, el eslogan de Obama era “Sí se puede”.
Resulta que a partir del triunfo de Obama, los estadounidenses de raza negra están obteniendo, en promedio, calificaciones más altas en el examen de ingreso a la universidad. No es que de repente recibieron una mejor preparación, sino que se convencieron de que los negros norteamericanos pueden alcanzar lo que se proponen. En cambio, en este pobre país la producción cae cada vez más y la gente violenta es la única que está en auge…
Así que ya sabes, Papá Noel: por favor tráeme un Presidente que confíe en la capacidad de su gente. Te espero esta noche… y si no encuentras las luces prendidas, disculparás, es por el apagón.