Debemos tener claro lo que está en juego este próximo 7 de mayo. No se trata solamente de salvar unos cuantos gallos y toros o terminar con los perniciosos juegos de azar. Se trata de rechazar o reforzar un modelo político populista, caudillista, autoritario y autárquico, supresor de las libertades individuales y sin capacidad institucional para ofrecer bienes públicos mínimos como seguridad, salud y la protección efectiva de los derechos ciudadanos. Debemos tener muy claro que una victoria del Sí en la Consulta Popular representaría un respaldo a todos los atropellos cometidos en los cuatro años de gobierno y una carta blanca para profundizarlos en el futuro inmediato. No nos engañemos; la Consulta pone en juego mucho más que un conjunto de preguntas abstrusas y tramposas.
Los continuos eventos electorales que hemos debido soportar desde el 2007 han sido interpretados siempre como instrumentos de legitimación del proyecto mesiánico y personalista de Alianza País y la justificación para destruir el estado de derecho. No debemos olvidar jamás la forma en que se ha ido tejiendo este Proyecto y los abusos cometidos a través del antiguo TSE, la Asamblea Constituyente, la autoproclamada Corte Constitucional o la caricatura llamada CNE. Las elecciones y consultas han servido únicamente para demoler las instituciones de una democracia incipiente, pero perfectible, y erigir un sistema autocrático cuya lógica implacable le obliga a eternizarse en el poder. Por ello, no podemos caer en la trampa de dilucidar preguntas ininteligibles y tratar de responder con buena fe a cada una de ellas. Pretender que el pueblo decida cuestiones tan intrincadas y complejas que solo competen a la Función Legislativa es un engaño sin nombre.
Los ciudadanos somos responsables, hoy más que nunca, del futuro del Ecuador. No podemos tomar este proceso a la ligera ni acudir a las urnas en busca de la papeleta que nos habilita a realizar trámites frente al Estado. No podemos, seguir mirando la política con desprecio y como un fenómeno ajeno a nuestras vidas y destinos. Nuestro voto aislado -y muchas veces subestimado por nosotros mismos- tiene implicaciones reales y grandes. Debemos asistir a las urnas bajo la convicción de que nuestro sufragio individual tiene el poder para decidir el futuro de la Nación.
Acudiré este sábado a mi recinto electoral con la firme determinación de consignar el “No”. Conservo la esperanza de que mi rechazo, unido al de millones de ciudadanos que aman la libertad y la paz, fuerce al Régimen a rectificar su conducta y respetar los derechos inalienables de sus gobernados. Esta vez no tenemos razón ni pretexto para equivocarnos. Nuestro gesto definirá el cauce histórico que tomará el país para desgracia o bien de sus ciudadanos.