Pocas pulgas ¿no?

Pleitos muy poco caballerosos entre Alan García y Michelle Bachelet. Pleitos aún menos santos entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe. Decididamente América del Sur parecería estar condenada a conflictos entre vecinos. Sin embargo, no es así. Estas peleas tienen diferencias sustanciales entre ellas, por la forma y los canales que han escogido los países para resolverlas.

El tema Perú-Chile, por ejemplo.  Si bien la reacción del presidente Alan García fue a todas luces excesiva, el problema central fue que la información sobre el supuesto espía se hizo pública y ante esta situación, ningún mandatario se atrevería a ser catalogado como sumiso ante un poder externo, pero aún cuando se trata de Chile, un país que invadió y saqueó Lima durante la Guerra del Pacífico en 1881. Esa herida causó graves estragos en el sentimiento nacional peruano. Y si bien hay la voluntad de ambos países para dejar ese oscuro pasado atrás. Nunca es tan fácil. La demanda planteada por Perú en la Corte Internacional de La Haya es una apuesta de esperanza para poder zanjar las diferencias para siempre y evitar que cualquier día algún nacionalista carismático que gane la Presidencia del Perú pueda intentar abrir la llave del resentimiento. En esta crisis, mucho ha ayudado el tino y la paciencia de la presidenta Bachelet que decidió no contestar a los insultos de su homólogo peruano, y el hecho de que la Cancillería peruana decidió canalizar las denuncias y reclamos por canales diplomáticos y no seguir con el conflicto.  Así que después de que termine el delirio mediático por el tema del espía, las aguas seguramente volverán a su cauce.

Sin embargo, la crisis entre Venezuela y Colombia tiene connotaciones mucho más graves. Esta también se produjo por temas de espionaje, pero la reacción del presidente Hugo Chávez, como siempre desproporcionada, incluyó tambores de guerra. El espacio sudamericano debe estar libre -por  completo- de cualquier amenaza de uso de la fuerza. Ni siquiera como leve posibilidad. La amenaza armada no puede entenderse entre países que buscan construir la Unión de Naciones Sudamericanas. Para eso está el Consejo Sudamericano de Defensa, el Consejo Presidencial, ojalá pronto un Secretario General cuya primera misión debería ser detener en seco cualquier indicio de animosidad entre países hermanos. Por supuesto, esto es el deber ser, la megalomanía de Chávez siempre puede más que todos los esfuerzos para crear más y mejor integración entre los sudamericanos. Y todo porque en 10 años no ha podido generar un mínimo de desarrollo económico equitativo que garantice agua, electricidad y trabajo para su población. Al final del día, puede llamar su proyecto como quiera, la verdad es que sin estas condiciones mínimas, los venezolanos estarán a la deriva, tanto como la integración sudamericana… con Uribe o sin Uribe dirigiendo Colombia. 

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