Nueve puentes son albergue de habitantes de la calle en Quito

Debajo del intercambiador de El Trébol se improvisó una pared con un plástico. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Debajo del intercambiador de El Trébol se improvisó una pared con un plástico. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Debajo del intercambiador de El Trébol se improvisó una pared con un plástico. Fotos: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Es como si dormir fuese su trinchera. Un lugar en el que se despoja de sus ropas harapientas, de su barba y sus cabellos crecidos y de su tabique desviado para volver 20 años atrás, cuando tenía esposa, dos hijos y vivía en La Magdalena.

Quizás por eso duerme con tanta frecuencia, y tan profundamente que ni el ensordecedor sonido del motor de los autos, a menos de 3 metros de distancia, lo despiertan.

Hace falta llamarlo dos, tres, cuatro veces... hasta el punto de casi gritar, para que sus ojos –pequeños e hinchados- se abran. “Buenos días de Dios”, dice, pese a que son las 16:30.

‘El Chifles’, como le dicen todos, tiene 50 años, los dientes incompletos y las manos gruesas debido a su trabajo de albañil en su juventud. Hoy, su casa está hecha de cartones y cobijas, bajo el puente en las avs. 10 de Agosto y Orellana.

Quienes no tienen un hogar, encuentran uno en un rincón de ­algún intercambiador de la capital. Lo mismo ocurre en El Trébol, donde colocaron una especie de carpa plástica a manera de pared, para evitar que el viento entre a un recoveco bajo el paso a desnivel.

En San Roque, incluso hay una silla de plástico y unos colchones viejos para amortiguar el descanso. En El Tejar, dos hombres se acurrucan envueltos en fundas y periódicos. En el parque lineal Jefferson Pérez, colocaron láminas y cartones entre los fierros para simular un cuarto.

Lo mismo ocurre en el puente intercambiador de El Guambra, El Labrador, la Atahualpa, la Morán Valverde, el De los Granados. Hay nueve sitios identificados en Quito.

Esto no pasa únicamente en la capital. Es un problema a escala mundial. Diego Hurtado, catedrático de arquitectura de
la U. Central, explica que lo mismo ocurre en Río de Janeiro, Nueva York, México...

Allí, las personas en extrema pobreza encuentran un techo bajo algún intercambiador, ­para cubrirse de la lluvia y del sol. Ese, dice, es el costo social de la construcción de un paso elevado que -según él- no soluciona el problema de la movilidad sino que lo traslada unos metros más adelante.

Bajo el puente del parque Jefferson Pérez, en el sur, vive un grupo de indigentes.

Por eso, asegura, en otros lados del mundo ya no se construyen esas infraestructuras, más bien, se las está tumbando para recuperar ese espacio para la comunidad.

No es fácil hablar con quien vive en la calle. Algunos son temerosos, otros piden dinero, responden con alguna grosería o solo se van. La historia de ‘El Chifles’ es similar a la de la mayoría: cuando empezó a pasar más horas ebrio que sobrio, lo perdió todo y cuando se dio cuenta estaba solo, sin techo.

En Quito, hasta octubre se identificaron 4 694 personas con experiencia de vida en calle. De ellas, el año pasado, el Patronato Municipal San José abordó a 2 781. En lo que va del año, han atendido a 1 030, de los cuales el 37 % se droga.

Los sin casa se ocultan también en los alrededores del Cementerio de El Tejar, en Santa Prisca, en San Agustín, en la Chile y en la García Moreno, en Chimbacalle, en los exteriores del albergue San Juan de Dios, en El Ejido...

La zona donde más personas en situación de calle hay es Manuela Sáenz, el 40%. Seguida de La Delicia 25%, La Mariscal 20 y Eloy Alfaro 15%.

En esos puntos, el Patronato San José lleva a cabo abordajes, sobre todo en las noches, para rescatar a estas personas y llevarlas a uno de los cinco centros con los que cuentan para recuperarlos y reinsertarlos en la sociedad. Es parte del programa Habitantes de Calle. Allí reciben alimentos, ropa, se bañan y son atendidos por especialistas.

‘El Chifles’ no es del todo lúcido. Pierde el hilo de la conversación, a momentos se queda callado y empieza a contar la historia de cuando fue preso, o cuando otro vagabundo lo hirió con una botella...

María Fernanda Pacheco, presidenta del Patronato, asegura que la mayoría de personas de la calle sufre de problemas físicos y mentales.

La situación de la mendicidad en Quito se agravó hace 11 años, cuando El San Lázaro, el primer psiquiátrico que funcionaba en el Centro, cerró y varios de sus pacientes se quedaron huérfanos, en las calles.

Según el Ministerio de Inclusión Económica y Social, cerca del 70% de las personas de la calle son mayores de 65 años. De ellas, cerca del 70% tiene discapacidad física o mental.

Pacheco asegura que la gente con experiencia en calle se ubica en esas estructuras, porque allí reciben apoyo de las organizaciones en la noche, lo que a pesar de ser una muy buena intensión hace que la problemática se mantenga.

Aconseja a quien desee ayudar, encaminar el apoyo directamente a los proyectos del Patronato. Cada año, la entidad invierte más de USD 2 millones en programas sociales relacionados con la mendicidad.

Según el Ministerio, a escala nacional Pichincha es la provincia donde más mendicidad se ha encontrado, seguida de Esmeraldas, Guayas y Carchi.

‘El Chifles’ asegura que no está loco y que lo único malo de estar en la calle es el frío y el hambre. Pero que ya se acostumbró. Se cansa de hablar, y vuelve a meterse en su trinchera, en donde cada día pelea una batalla para vivir.

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