La teoría de que el “pueblo” es sabio legislador quedará otra vez sometida a prueba en la consulta del sábado. Esa teoría, base de la democracia plebiscitaria de moda, parte de varios supuestos sobre los que hay reflexionar para concluir si esa democracia es legítima, o si es un recurso electoral del poder, o si es un subproducto de la propaganda, o si es el argumento de la política entendida como espectáculo.
Primer supuesto: el “pueblo-legislador” está enterado a fondo de los temas sobre los que decidirá. Es decir, que sabe a ciencia cierta en qué consiste la nueva estructura del Consejo Nacional de la Judicatura, si es conveniente para que la Administración de Justicia sea independiente, honorable y eficaz, a fin de que los presos no se hacinen en las cárceles, y de que los juicios no se demoren diez años, etc. ¿Cuál es la opinión de Juan Piguave sobre tan extenso articulado? ¿Legislará con su voto, con buen juicio e imparcialidad después de leer el extenso texto? ¿Sabe el pueblo legislador aquello del “efecto ipso iure” de la caducidad de la prisión preventiva? ¿Qué será ese “ipso iure” para el hombre del campo, que irá presuroso a votar después de ordeñar a sus vacas? Las encuestas dicen que ni el 16% de los votantes sabe lo que votará.
Segundo supuesto: ese ciudadano-legislador tendría independencia de criterio, que puede distinguir claramente entre la imagen de quien promueve la consulta, y la sustancia que contiene la letra chiquita de los largos y casi ilegibles anexos, que el “legislador” deberá leer, a saltos y brincos, -si es que lee- en el pupitre patojo de la escuela rural que hará las veces de curul. La verdad es que ese supuesto es, en el mejor de los casos, una ilusión. La gente es intuitiva, pero no tanto para advertir que bajo el esquema de las enrevesadas preguntas operan las razones del poder bajo la lógica de las imágenes, y la estrategia de los cánticos y las sonrisas electorales.
El tercer supuesto: la propaganda –inevitable tragedia de la democracia de masas- fue igualitaria para los que promueven el sí, y para los que proponen el no. La verdad es que no fue equitativa, ni sirvió como fuente de relativa información de las dos opciones. Al contrario, como siempre, ha sido la promoción de la felicidad y la promesa del cielo sobre temas que casi nadie conoce, más allá de las hábiles “ganchos” de los toros, los gallos y los casinos. Ha sido una magistral demostración de cómo se puede inducir la conducta, de cómo la democracia plebiscitaria produce mandatos a partir de la ignorancia, la emotividad y la pasión. Precedente histórico ya hay: la Constitución de Montecristi que nadie leyó.
¿Tiene legitimidad la “legislación del pueblo”, cuánto valor moral tienen sus “mandatos” producto de la acción del poder sobre las masas, producto destilado de la propaganda?