La primera semana de clases fue de adaptación. Los docentes desarrollaron dinámicas, juegos o trabajos en equipo para acoplar a los chicos al nuevo ciclo 2018- 2019. Y desde ayer (lunes 10 de septiembre del 2018), en los planteles de Sierra y Amazonía se aplican las pruebas de diagnóstico.
Esta herramienta sirve para establecer si un niño o adolescente alcanzó los conocimientos, destrezas y habilidades en el año lectivo anterior. Lo establece la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI).
Estas pruebas constituyen la base para la planificación de los docentes y les permite conocer al grupo de alumnos, sus falencias y fortalezas.
Así lo explicó Fernando Torres, director académico del Colegio Johannes Kepler, en el norte de Quito.
En este como en otros centros se evalúa a los alumnos desde segundo de básica hasta tercero de bachillerato en las asignaturas de base como Matemática, Inglés, Ciencias Sociales, Lengua y Literatura.
El sistema educativo nacional está dividido en dos quimestres (ver gráfico). Se aplican tres tipos de evaluación: diagnóstica, que no tiene nota; formativa, para medir progreso académico; y la sumativa, que refleja la proporción de logros de aprendizaje alcanzados en un grado.
Las pruebas de diagnóstico no solo se toman al inicio de clases sino al finalizar el quimestre o si existe un cambio de profesor. “Es un proceso clave para mejorar”, opina Carolina Pinzón, rectora de la Unidad Educativa Letort, de Quito.
La educadora María Luisa García, del Colegio Vicente Rocafuerte en Guayaquil, coincide en que estas pruebas les permiten planificar estrategias. Les ayudan a evaluar cuatro macro-destrezas: leer, hablar, escuchar y escribir. De estas se derivan otras más específicas, según cada área del conocimiento.
En el área de Lengua y Literatura, que García dirige en el colegio, algunas de las falencias más frecuentes son la ortografía y dificultades con la lectura.
Las pruebas, indica, pueden ser orales o escritas. No son calificadas; únicamente son una herramienta para el docente.
Para Torres, director académico del Kepler, el diagnóstico ayuda a evaluar si los chicos logran un aprendizaje básico. Es decir conocimientos mínimos obligatorios para ser promovidos al siguiente ciclo.
Estudiantes del Colegio Letort durante una evaluación. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Si no se adquieren en este curso, son difíciles de alcanzar en momentos posteriores. Por eso las evaluaciones de diagnóstico son necesarias.
Por ejemplo, en niveles como segundo y tercero de básica hay destrezas indispensables como la lectura, la escritura, el reconocimiento numérico y las operaciones matemáticas simples. Asimismo conceptos sobre animales, plantas y entorno natural y social.
Conforme los chicos suben de grado, también el nivel de destrezas que deben lograr. Torres anota que en séptimo de básica (octavo) requieren habilidades de pensamiento abstracto y capacidad de análisis para las competencias que desempeñarán en el colegio.
Los mayores, que ingresan a primero de bachillerato, deben desarrollar desde comprensión lectora, hasta lograr hacer inferencias, tener capacidad de análisis y crítica.
Los de tercero de bachillerato ya deben tener fijas habilidades de investigación, crítica, explicación y de comunicación tanto oral como escrita.
Tais Andrade y Paula Almeida son estudiantes de primero de bachillerato del Kepler. Ellas ya rindieron las pruebas en Biología y Matemática. Se prepararon con apuntes y deberes realizados el año anterior. Ambas ven beneficiosas a las evaluaciones, tras un descanso de dos meses. “Así sabemos qué debemos reforzar”.
Si tras la evaluación se descubren ‘vacíos’ en conocimientos se requiere un proceso de refuerzo académico. Según lo establece el Reglamento de la LOEI, en el artículo 208, si las falencias se determinan en uno o más estudiantes se deben implementar clases de refuerzo lideradas por el docente de la asignatura.
El alumno recibirá tutorías y un cronograma de estudios, que tiene que cumplir en casa y con ayuda de su familia.