Redacción Quito
Las protestas callejeras que se realizan en la ciudad causan cuatro problemas principales: congestión vehicular, pérdidas económicas en los negocios, afectaciones a la salud e inseguridad.
Verónica Escobar tomó la unidad 2551de la cooperativa Colectrans, en la Universidad Católica, a las 08:00 de ayer. La joven se dirigía al sector del aeropuerto y calculaba llegar allí en aproximadamente 45 minutos.
Las consecuencias
Fuad Tutillo, gerente del Trolebús, dijo que cuando hay manifestaciones los ingresos disminuyen en USD 6 000 diarios. Así contó que en estos dos días de protestas la empresa perdió cerca de USD 12 000.
Según datos de la Policía, la velocidad en que los vehículos pueden transitar en sitios críticos es de 20 a 25 km por hora. En las protestas, los autos no avanzan a más de 15 km por hora.
La Emmop afirmó que el costo de los bordillos destruidos son asumidos por los dueños de las viviendas. En el caso de destruir la vía el costo lo cubre la entidad.Pero al llegar a la avenida Eloy Alfaro y De los Shyris, el conductor del bus comunicó a los pasajeros que tomaría otra ruta porque en el Colegio Central Técnico estaban en bullas.
Escobar se demoró cerca de 40 minutos en llegar desde la avenida Eloy Alfaro hasta la Naciones Unidas y Amazonas. La avenida de la República, y la 6 de Diciembre también estaban congestionadas, por lo que ella tuvo que cancelar su entrevista de trabajo en el sector del aeropuerto.
Una situación similar vivieron las personas que circulaban una hora y media más tarde por el Centro Histórico. Varias calles, como la Guayaquil, la García Moreno, la Gran Colombia… estuvieron cerradas ayer para el paso vehicular. Con uniformados policiales y con conos se impidió el paso con el argumento de que maestros de la UNE marcharon hacia la Presidencia.
Los vehículos tuvieron que retornar y tomar la calle Los Ríos o la avenida Pichincha para dirigirse hacia el sur de la urbe. Incluso la operación del Trolebús tuvo dificultades.
Fuad Tutillo, gerente de la entidad de transporte, señaló que diariamente trabajan con 100 ó 103 unidades, pero que cuando hay manifestaciones laboran con 10 menos. Además, destacó que es una pérdida para la producción de las personas. “Las personas deben bajarse en la parada de La Alameda o en el Teatro Sucre y caminar. Eso les lleva tiempo, muchos llegan tarde a realizar sus actividades y eso también ocasiona pérdidas”.
Otra de las consecuencias que ocasionan las protestas son las pérdidas económicas para los locales comerciales ubicados por los sectores conflictivos.
Mario Castillo, dueño de una cafetería en la Universidad Central, dijo que cuando no hay bullas las ventas en el lugar son buenas. Él afirmó que a su local llegan estudiantes y personas que acuden a comprar algo en el sector de Santa Clara.
Sin embargo, -dijo- cuando los estudiantes salen a las calles tiene que cerrar su negocio. Según Castillo, el fin es proteger su vida y sus pertenencias porque varias veces los jóvenes han intentado esconderse en su local, mientras son perseguidos por la Policía.
Para Castillo, cerrar el restaurante le genera pérdidas de entre USD 100 y 150 diarios. Lo mismo sucede con los negocios de la avenida Gaspar de Villarroel.
Patricia Jácome trabaja en una papelería ubicada en esa vía. Ella contó que durante el tiempo que están protestando los negocios deben cerrar por el peligro que corren. Además, dijo que ayer en la mañana, mientras algunos jóvenes protestaban, otros acudieron a su local para ingresar a la Internet y realizar consultas. Minutos más tarde ingresaron dos uniformados, la empujaron y se llevaron a uno de los muchachos detenido.
Esa -según ella- a más de las pérdidas es otra de las secuelas de las protestas callejeras. “No podemos salir a la calle tranquilamente, si no son los protestantes son los policías”.
La Policía indicó que varios son los riesgos que corren los ciudadanos con las bullas. No solo son la congestión y las pérdidas sino también la peligrosidad. Adicionalmente, afirmaron que en los últimos días, cuatro señales de Pare fueron destruidas en los alrededores de la Universidad Central por los protestantes.
En esos sitios también se atenta contra la seguridad de los transeúntes y de los moradores. Como saldo quedan las aceras rotas, piedras regadas por las vías y un olor intenso a gas lacrimógeno. Laura Andrade reside en un edificio cerca de la Universidad Central. Andrade contó que como las protestas en el lugar se han vuelto una costumbre, ella optó por comprar un purificador de aire.
La mujer tiene dos hijos pequeños y dijo que el pediatra le recomendó que cuando susciten esos problemas encienda el purificador. “El olor penetra tanto en las casas y el doctor me dijo que eso causa daños a la salud”.