Paola Cevallos trabaja en la cafetería de su madre. Les preocupa la falta de clientes y temen por posibles saqueos. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
La psicóloga clínica, Silvia Tapia, tiene una paciente cuyo hijo está nervioso y no quiere salir para nada del departamento. La madre siente su angustia al despedirse del niño en las mañanas. Él le pregunta continuamente si volverá a casa; si estará bien, aunque no haya transporte público.
Ese es un ejemplo de lo que se vive en los hogares del país, en estos días, por las movilizaciones de ciudadanos, que protestan contra las medidas económicas anunciadas el martes 1 de este mes. Y por la incertidumbre de no saber cuándo todo volverá a la normalidad, dicen psicólogos consultados.
Tapia, también catedrática de la UDLA, anota que es común que los padres no se den cuenta de que transmiten su nerviosismo a los hijos. Y recomienda contarles lo que está pasando, para que no se queden con secuelas emocionales e incluso estrés postraumático. Pide no permitir que vean videos en redes sociales de violencia en las manifestaciones; que les expliquen lo que dicen los periódicos.
Pero no solo a los más pequeños impacta esta situación. También los adultos están afectados. Peter Sanipatin dirige el Colegio de Psicólogos Clínicos de Pichincha. Hemos detectado -dice- altos niveles de estrés en la población en general, en estos días.
Las protestas y las paralizaciones de servicios rompen con la rutina diaria. A eso se suma que existe una violencia desmesurada, que incluso derivó en un toque de queda. Eso, más las historias falsas que se ven en redes sociales, inunda el imaginario de niños y adultos. Y las dificultades reales para reunir dinero para pagar arriendos de negocios que tuvieron que cerrarse en medio de las protestas o los gastos extras para movilización.
Las personas están ansiosas, angustiadas, desarrollan crisis psicóticas, que empiezan con insomnio, ideas delirantes, se sienten perseguidas.
A propósito de que hoy, 10 de octubre del 2019, es el Día Mundial de la Salud Mental, apunta que no se deben subestimar estos problemas, pues la salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social, no solo la ausencia de enfermedades.
En los últimos años, en Ecuador, la prevalencia de trastornos mentales y del comportamiento fue de 92 casos por cada 1 000 habitantes, según datos de la cartera de Salud.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 20% de niños y adolescentes tiene una condición de este tipo. El ente señala que la incidencia de trastornos mentales tiende a duplicarse después de guerras, catástrofes y emergencias como las que vive el país.
En algunas familias eso es evidente. Doris Guachamín tiene una cafetería en los alrededores del Hospital Baca Ortiz, en Quito. Allá le ayuda su hija Paola, quien tiene un pequeño, Emiliano, de 3.
“Llévame a la cafetería mami”, le pide el niño. Pero en estos días de manifestaciones prefiere dejarlo con su cuñada.
“No te puedo llevar porque en la calle hay gente mala”, le responde. Y Emiliano le replica: “diles que se vayan”.
Este miércoles 9 de octubre del 2019, la abuela Doris manifestó su temor de que entren personas a la cafetería, que puedan agredirla a ella o a sus clientes y que saqueen su local.
Por eso permaneció parada en la puerta durante horas. Mantuvo cerradas las ventanas para, en caso de enfrentar algún acto de violencia como los que ve en TV, poder cerrar la puerta lo más rápido posible.
El martes cerró su local tres veces, tras repetidos sustos por las manifestaciones. Personas extrañas -afirma- se aprovechan del caos en Quito para delinquir. Ha perdido la tranquilidad, no solo por su seguridad sino porque teme no juntar el dinero para pagar a sus proveedores y el arriendo de su local, debido a la poca afluencia de clientes. A Paola le preocupa la salud de su madre, quien solo habla de eso.
Igual situación vive July Cevallos. Ella decidió no abrir su óptica, en la avenida Colón, para salvaguardar su integridad y la de otros trabajadores. Teme que los equipos médicos pudiera sufrir daños.
Pero además pasa estresada porque no quiere que nada malo le ocurra a su hija, que en estos días sin clases debe acompañarla en el local. Gía tiene 6 años. Ayer vio en las noticias que bombas lacrimógenas impactaron en lugares cercanos a los que los indígenas ocupan. “¿Por qué les hacen daño a esos niños indígenas?”, preguntó.
Además, Gía quiere saber cuándo volverá a la escuela, ya que estaba aprendiendo a leer y a escribir. Quiere jugar con sus compañeros. Ella a veces no sabe qué decirle.
“La situación que vive el país es complicada, afecta a la salud mental de la gente”, dice Carmen Alcívar, psicóloga, que trabaja por la no violencia.
Para Alcívar, hay que pensar que las personas tienen derecho a la estabilidad mental. Pero que eso no significa desconectarse de la realidad, en este caso, la que encara Ecuador.
“Es difícil decirles a mis pacientes, incluso a mis amigos que traten de mantener la calma, el equilibrio. Somos humanos y el temor, la angustia por lo que pasa en estos días, incluso se conecta con otros sentimientos como la ira y la indignación”.
Esta psicóloga tiene pacientes con depresión, a quienes a veces les pide no ver por un tiempo lo que dicen las redes sociales. Pero no se trata de meter la cabeza en la tierra y fugarse, repite, hay que sacar esas ‘herramientas’ de contención emocional que se obtienen al poder hablar con alguien, abrazarlo, hacer un ejercicio de conciencia profunda y evitar ver solo lo malo.