La protesta ciudadana, con el reto de sobrevivir a la coyuntura política

El 28 de mayo de 1990, el país veía con asombro la toma de indígenas de la iglesia de Santo Domingo, en el centro de Quito. Conocido también como el levantamiento del Inti Raimi. Foto: Archivo EL COMERCIO

El 28 de mayo de 1990, el país veía con asombro la toma de indígenas de la iglesia de Santo Domingo, en el centro de Quito. Conocido también como el levantamiento del Inti Raimi. Foto: Archivo EL COMERCIO

Las manifestaciones populares que llevaron a la finalización de los gobiernos de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, entre 1997 y 2005, nacieron bajo circunstancias distintas. Pero todos tuvieron un factor común: fueron reacciones de descontento y que culminaron una vez que se confirmó la caída de los mandatarios. Es decir, no se trataron de movimientos organizados ni derivaron en ellos, sino que nacieron desde la voluntad frente a una crisis política.

El actual Gobierno, en cambio, asegura que invirtió el rol ciudadano en las manifestaciones del 30 de septiembre del 2010, cuando un grupo de personas salió a “defender” al presidente Rafael Correa y la democracia ante un eventual golpe de Estado. La diferencia es que este Régimen se ha encargado de recordar constantemente esos episodios, señala el exasambleísta Paco Moncayo. “Hay un manejo inteligente del 30-S, más vertido hacia el exterior que hacia el interior”.

Moncayo señala que hay un espíritu de imitación del golpe en Venezuela en el 2002, que le ganó mucha popularidad al entonces presidente Hugo Chávez.

Pero los escenarios políticos de los tres gobiernos que cayeron son distintos al que vivió Correa en el 2010. Bucaram, Mahuad y Gutiérrez sufrieron un rápido desgaste de su imagen, mientras que Correa mantenía sus niveles de aceptación. Ese deterioro es el que se vio reflejado en las manifestaciones populares que se extendieron por días; 10 en el caso de Gutiérrez.

Fueron momentos de reactancia, es decir, de defensa de la libertad y los derechos que consagra la democracia, señala Jaime Costales, catedrático de la Universidad San Francisco. “Se trató de acciones ciudadanas dotadas de conciencia de la dignidad humana, herencia de una centenaria lucha por la libertad. Pese a todas sus limitaciones, frenaron a gobiernos que hicieron inmenso daño al país. Pero aquellos movimientos no lograron resolver la enorme crisis política dada entre 1995-2005”.

El problema, según Moncayo, es que no fueron movimientos organizados, ni tampoco buscaban hacerse con el poder. Algunos políticos, en cambio, aprovecharon las circunstancias como plataforma. De la caída de Mahuad salió la figura de Gutiérrez, y de la suya aparecieron los ‘forajidos’, que impulsaron el proyecto de Correa.

La protesta social, sin embargo, ha probado su efectividad cuando busca su reivindicación desde procesos organizativos. Fue lo que ocurrió con el levantamiento indígena de 1990. Los indígenas se convirtieron en un actor político constante en un tiempo en que la izquierda comenzaba su debacle ante el contexto de la caída del Muro de Berlín y al auge del neoliberalismo en la región.

De él, incluso nació un movimiento político, Pachakutik. Además, los indígenas fueron un pilar fundamental en los derrocamientos de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. Jorge Herrera, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, señala a pesar de que han tenido momentos adversos, han logrado mantener vigente su lucha. Entre sus logros está la inclusión de la justicia indígena en la Constitución.

Ahora, retomar la protesta social es el reto que este movimiento se plantea en el actual Régimen. Ese fue uno de los motivos que los llevó a unirse a las manifestaciones sindicales del 17 de septiembre.

Lucio Gutiérrez
El mismo Lucio Gutiérrez, en ese entonces Presidente, les dio el nombre de forajidos. El 13 de abril de 2005, en una rueda de prensa denominó así a un grupo de ciudadanos que protestó a las afueras de su domicilio la noche anterior. Esto generó un sentido de identidad común entre los que estaban en contra de su Gobierno y lo querían fuera de Carondelet. Después de eso, entre el 14 y 21 de ese mes, sucede la rebelión de los ‘forajidos’. Esta movilización social precipitó su derrocamiento, que fue culminado por el Congreso Nacional y las Fuerzas Armadas, que le retiraron su apoyo. La característica principal de estas protestas fue la autoconvocatoria de la ciudadanía, principalmente a través de mensajes de celular y llamadas a radio La Luna.

Abdalá Bucaram
El descontento en contra del expresidente Abdalá Bucaram se inició en diciembre de 1996, con el paquetazo de Año Nuevo, elevación de impuestos, supresión de subsidios, congelamiento de salario mínimo y elevación de pasajes. Los primeros días de enero empezaron las protestas estudiantiles, seguidas de las organizaciones sociales, la Conaie y los trabajadores. Después se inició la huelga nacional y el cierre de carreteras por los indígenas. En esa ocasión jugaron un papel importante los alcaldes de Quito, Guayaquil y Cuenca, que canalizaron el descontento contra el Mandatario. El 5 de febrero el clímax llegó con la decisión del Congreso de declarar a Bucaram con incapacidad mental para gobernar y asumió el mando interino Fabián Alarcón.

Jamil Mahuad
Los puntos claves en la caída del presidente Jamil Mahuad fueron el congelamiento de los depósitos bancarios, en marzo de 1999, y la dolarización, en enero de 2000. Las protestas sociales eran continuas. Indígenas, transportistas, estudiantes y cuenta ahorristas se movilizaron durante todo el 99. El 21 de ese mes, al mediodía, el movimiento indígena se tomó el Congreso Nacional. Exigían la renuncia del Mandatario. En la tarde los militares le retiraron su apoyo. Mahuad se resistió a dejar el cargo hasta las 17:00, cuando fue reemplazado por un triunvirato. Y el vicepresidente Gustavo Noboa asumió el poder a las 06:00 del 22 de enero. En esta ocasión la presión de la ciudadanía y las protestas en las calles impulsaron la salida del Presidente.

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